Me permito hoy traer a esta columna una visión personal de lo que fue la primera gran conquista del futbol nacional de la que este 1 de abril se conmemoran 71 años. Aquel día ya muy lejano, la selección paraguaya de futbol conquistaba su primer titulo internacional, al ganar la Copa América, en finalísima disputada en el estadio Nacional de Lima por 3 a 2 a su par de Brasil.
No fue ciertamente un titulo pionero para el deporte guaraní, sí para el más popular, pues un año antes, en 1952, la selección femenina de básquetbol de nuestro país, obtuvo el cetro del sudamericano realizado en el celebérrimo y hasta hoy no recuperado estadio Comuneros, venciendo justamente también a Brasil en la ultima noche.
Pero para mi, la primera gran emoción que me tocó vivir como paraguayo en el deporte, fue la que alcanzó el futbol aquella lejana noche limeña, porque cuando las gallardas muchachas del 52 a las que Eladio «El Grande» Martínez definió con su singular vena poética y su canto como «panteras que se escaparon de nuestra selva para batirse en limpia lucha sin dar cuartel», ganaron aquel que fue el primer logro de una selección deportiva paraguaya a nivel continental, yo apenas tenia tres años de edad.
Pero el titulo del Perú, quedó hasta hoy grabado en mi memoria. Me parece verlo a mi padre en el balcón de la vieja casa de los abuelos en la Plazoleta del Puerto entre Garibaldi y Colón, dirigiéndose desde el segundo piso, a una multitud que vino ahí a celebrar el titulo y a pedirle a gritos que saliera a comentar lo que fue aquella conquista, siendo el periodista que había defendido contra viento y marea a aquel equipo, que en medio de muchas controversias, acres y duras críticas, habia emprendido aquella campaña coronada con el titulo despues de no pocas vicisitudes.
Fue mi primera experiencia como incipiente y precoz aficionado al fútbol, sin haber todavía visto siquiera un partido del popular deporte, porque mi sobreprotectora madre no permitía aún que me fuera a la cancha siendo un niño de cuatro años, y no siendo ella aficionada al deporte. Recién a fines del año siguiente ante mi insistencia y la de mi primo hermano mayor Salvador «Nene» Garozzo, aceptó que fuera comprometiéndose éste a cuidarme, mientras mi padre en su cabina transmitía los partidos.
Pero yo ya tenía conocimiento de lo que pasaba especialísimamente en el futbol y en el deporte, empapado de cuanto se comentaba a diario en mi casa, donde estaban los estudios de Corporación Deportiva Fénix y a falta de uno se transmitían tres boletines informativos diarios: el primero a la mañana bien temprano, el segundo a mediodía y el tercero a la noche.
Aquella calurosa noche de Miércoles Santo, me quedé dormido y no supe lo que estaba pasando en el estadio Nacional de Lima, que el país entero acompañó con las transmisiones de dos emisoras nacionales, una con las descripciones de Alejandro Cáceres Almada y la otra con la narración de Ulises Jordán.
La marea de eufóricos aficionados que se lanzó a las calles a celebrar llegaba desde todos los barrios de Asunción al espontáneo encuentro frente al Panteón de los Héroes, el tradicional sitio de grandes concentraciones ciudadanas en todo tiempo. Y de allí, alguien lanzó la idea de bajar hasta la Plazoleta del Puerto para pedirle a Pedro Garcia Arias, que comentara la implicancia y repercusión de ese título y con sus palabras se uniera a esa celebración que necesitaba emocionarse más con las palabras de un comunicador identificado con aquella causa.
Hoy le agradezco tanto a mi querido más que primo, mi hermano Nene, que interrumpiera mi sueño exclamando: «Despertate Pedrito. Somos campeones. Estamos viviendo algo histórico que tenés que ver». Me tomó en sus brazos y me llevó al balcón donde mi Papá con acento emocionado y eufórico, se refería a la proeza deportiva que acababa de gestarse, ante la multitud que colmaba la amplia plazoleta y lo interrumpía con aplausos estruendosos, vítores y hurras en sucesivas pausas.
No se cuanto duró aquel discurso de mi progenitor. Se que Nene que también incursionaba como integrante periodista de Corporación Deportiva Fenix en aquellos años, tomó la previsión de grabarlo. Se reprodujo muchas veces, hasta que pasado el tiempo, entre otros materiales magnetofónicos que conservábamos en nuestros archivos, el pequeño pero a la vez maléfico destructor llamado kupii lo devoró, entre tantos materiales que se fueron acumulando y quedaron presa de su dañina acción exterminadora.