La creatividad y la imaginación humana a menudo fallan cuando se mira hacia el futuro. A nadie le escapa que su pasado incluye muchos momentos de grave inestabilidad, crisis e incluso agitación revolucionaria radical. Donald Trump, en nuestra imaginación, escapa de los límites normales del comportamiento; es difícil suponer qué puede llegar a hacer.

En la presidencia de Trump, se vivió en democracia y también el peligro de la irrupción del marco constitucional. En su primer mandato se suponía que la identidad de su gobierno sería comparable a la voracidad de sus empresas. Si llegase a un nuevo mandato, su agenda sería totalmente diferente, con represalias contra sus detractores e impunidad para sí mismo.

Me pregunto qué deparará el nuevo Trump, pues percibo que subestiman el desafío que les espera. Para el día de las elecciones de 2024, Donald estará en medio de múltiples juicios penales y posiblemente será condenado en al menos uno de ellos. Si gana la elección, cometerá el primer delito de su mandato al mediodía del día de la toma de posesión. Dar juramento para defender la Constitución de los Estados Unidos será perjurio. Un segundo mandato de Trump podría hundir al país en una crisis constitucional.

Trump podría llevar a Estados Unidos a un panorama de escenarios impensados. Por su naturaleza, tratará de confirmar en el Senado a los nominados que fueron elegidos por su voluntad de liderar un golpe de estado contra Estados Unidos, según juristas vinculados al partido demócrata. Esto crearía una gran interrogante sobre el futuro del personal del Departamento de Justicia vinculado a estos hechos. Todo sistema constitucional existente no tiene cabida para las maniobras que estamos observando.

Esto nos conduce a un escenario donde un presidente puede perdonarse a sí mismo por delitos federales, como probablemente intentaría hacer Trump, ordenando al fiscal general que detenga un caso federal. Si Trump llegara a ser presidente, Estados Unidos le debe una enorme disculpa.

Bajo las reglas de una segunda presidencia de Trump, Nixon habría estado en su derecho de ordenar al Departamento de Justicia que dejara de investigar Watergate y luego se perdonara a sí mismo. Después de que Trump fuera elegido en 2016, rápidamente se vio rodeado de personas prominentes e influyentes que reconocieron que era una amenaza anárquica. Encontraron formas de contener a un hombre al que consideraban complejo, incluso para su primer secretario de Estado, Rex Tillerson, que llegó a decir que era un jodido imbécil.

En un segundo mandato, no habrá espacio para los tibios. El grupo republicano de senadores más jóvenes y nuevos, como Ted Cruz, Josh Hawley, J. D. Vance, tienden a apoyar los planes de Trump. Todos los rivales de Trump para la nominación de 2024 no se atreven a criticar su duro manejo del poder y comparten la visión de que, para la actualidad, deben ser escogidos en virtud de la realidad de un republicanismo contemporáneo. Los probables asesores de Trump en su segundo mandato han dejado claro que compartirían su agenda de asuntos legales.

Estoy tratando de pintar a Trump como nefasto para el sistema y sinceramente me resulta fácil dada su personalidad. Trump convertirá el epicentro del mundo, pues convertirá su política en una venganza. Como en su primer mandato, los asesores tendrían que adaptarse a un desconocido nuevo autoritarismo.

Externamente, los aliados de la nación del norte se encontrarían aislados a medida que Estados Unidos se vaya volviendo más hermético. Las democracias tendrían que adaptarse al nuevo modelo de proteccionismo, menos comprometido.

Si Trump resulta elegido, muy probablemente no será con la mayoría del voto popular. Imaginemos el escenario: Trump ganó el Colegio Electoral con el 46 por ciento de los votos porque candidatos de terceros partidos financiados por donantes de la República dividieron con éxito la coalición anti-Trump. Al no haber logrado ganar el voto popular en cada una de las últimas tres elecciones, Trump ha llegado a la presidencia por segunda vez.

En este escenario, los oponentes de Trump tendrían que enfrentar una dura realidad: el sistema electoral estadounidense nuevamente privilegiará a una minoría encabezada por un presidente que supuestamente infringe la ley. Los derrotados tratarían de justificar, manifestando el clásico discurso de que somos una República y no una democracia.

Finalmente, nada está definido y la encrucijada del ex Presidente sigue siendo terriblemente compleja. La sociedad estadounidense está más dividida que nunca y lo emocional será un factor determinante. La compleja personalidad de Trump nos lleva a un sinfín de interrogantes, pero lo claro es que exacerba el odio de sus detractores.

Este es el elemento que jugará un rol negativo en la carpa del partido demócrata. Los ataques son y seguirán siendo apuntados a la figura del ex Presidente, lo que lo convertirá a Trump en el eje central del proceso electoral. No soy vidente ni alquimista. Pese a todo lo que he escuchado y leído sobre lo negativo de Trump, especialmente del destacado analista político David Frum, publicado en la revista The Atlantic, reafirmo mis pensamientos y creo en una victoria electoral del ex Presidente Trump. E irónicamente y en convergencia con su personalidad, tendrá un escenario extremadamente complejo para gobernar.

Por: Juan Carlos A. Moreno Luces Sociólogo paraguayo desde Kentucky, USA para LA TRIBUNA.