Vamos dejando en el pasado la pandemia y observando que el mundo vive un mar de convulsiones con características regionales, pero ya sin gran temor. Los europeos siguen interrogándose sobre cuánto más durará la guerra entre Ucrania y Rusia. Y el histórico polvorín del planeta Israel-Palestina es un desafío para la diplomacia y los Derechos Humanos. El líder norcoreano Kim Jong-il siguió con sus ensayos nucleares en el Pacífico, desoyendo a los organismos internacionales y escapando de las sanciones que no convencen a nadie. A pesar de las distancias, nos afectan en el día a día.

América Latina tiene sus vivencias complicadas pero no generan ningún riesgo al mundo. Si nos centramos en nuestra región, encontramos que los conflictos son básicamente internos y, sobretodo, políticos. Esta es una gran debilidad que deberá ser tratada en conjunto. Pero los objetivos de nuestros países en América del Sur están centrados en sus políticas nacionales.

No existe una visión regional que apunte a una estrategia de posicionamiento global. Somos la región más rica del mundo, considerando el equilibrio entre su cantidad poblacional, sus recursos genuinos y que, transformados en activos, son la mayor fuente de riqueza sostenible. Es muy probable que este tema aún no esté en la agenda de los líderes latinoamericanos, pero aquellos que decidan abordarlo serán los alquimistas del futuro.

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¿Por qué no soñar con que los cambios en la región nos conduzcan a ello? Se perfilan sorprendentes transformaciones en diferentes países, pero con la fragilidad lógica que ello implica. Los líderes que piensen en una LATAM diferente y preponderante tendrán como característica principal el hablar sin miedo a perder sus próximas elecciones.

Nuestros presidentes constitucionales estuvieron atados a esta situación. En Paraguay, poseemos una Constitución parlamentaria de acuerdo con el criterio vivido en 1992. Esto trasciende del equilibrio orgánico de poderes al aspecto humano, donde el grupo o partido político que sostiene a un presidente ejerce el poder real con los electores. Cuando se modifique esta circunstancia y el verdadero líder se ubique en el lugar que le corresponde, implicará el control de su partido y la legitimidad lograda por los votos. Así, nos iremos reencauzando hacia un sistema donde los elegidos tendrán la oportunidad de gobernar con mayor libertad.

Si bien no existe un sistema perfecto, la democracia clásica es actualmente la mejor opción. Plantear un cambio de paradigmas, dando al elegido mayor poder. La democracia está basada en el principio fundamental de que la soberanía está en el pueblo. Pero así también, limita al presidente en su capacidad para gobernar en libertad.

Esta aparente contradicción podría ser salvable constitucionalmente. En términos concretos, es importante que quien gobierne constitucionalmente tenga la posibilidad de hacerlo con determinados ‘Decretos Presidenciales’. Estos nunca podrán modificar la Carta Magna, pero serían una excepcional herramienta para ejecutar los criterios propios del presidente en ejercicio. Es necesario plantearnos nuevas ideas sobre nuestro marco constitucional. Pienso que con los cambios adecuados en nuestra constitución, animaremos a nuevos hombres y mujeres a que ingresen a la política activa para fecundar una necesaria nueva clase política.

Juan Carlos A. Moreno Luces
Sociólogo paraguayo, desde Kentucky, USA.