Reflexionar en silencio es buscar elementos en paz y, por lo general, abstraerse del caos. Es pretender encontrar la luz. Este silogismo pretencioso invade los umbrales de las neuronas que reposan inactivas, cansadas de buscar y buscar sin hallar la magia de la que tanto se habla.
Somos la especie que se jacta de ser la más inteligente. Pamplinas, mentira. Ceguera y soberbia. Y pensar que la estupidez humana nos encamina a una tragedia colectiva. Los anuncios teológicos de fin del mundo suenan como un cuento de hadas. La indiferencia ante las amenazas de posibles estallidos atómicos es constante, y la frecuencia ha aumentado considerablemente. La verdad es que puede ocurrir una catástrofe y no darnos por enterados, ya sea provocada o accidental. No importa dónde ni cómo. Total, nadie podrá escribir sobre esa parte de la historia.
Esta paranoia dejó de ser el fin principal de los grupos ambientalistas, y vaya a saber por qué. Estos autoproclamados salvadores del planeta son simplemente un grupo de excéntricos en busca de aplausos y fondos solidarios. En la actualidad, su lucha central es por el cambio climático, que, según la comunidad científica, es absolutamente irreversible. Todo lo hecho en esta línea no ha servido absolutamente para nada. Las especies se extinguen día a día, y el calentamiento global es más rápido de lo calculado científicamente.
Por todo ello, detenerse a reflexionar en silencio tal vez sea una forma de escapar de la tragedia, de encontrar nuevos horizontes y tentar adentrarnos en mundos paralelos. Autoconvencernos de que existen y son accesibles. La New Theory, ciencia desarrollada por los iconos de la física cuántica, avanza en esta dirección, buscando en el cosmos nuevas respuestas y formas de cómo estructurar el conocimiento sobre lo oscuro del tiempo.
El ojo de nuestra civilización, el telescopio James Webb, va rumbo a lo desconocido y reporta así la existencia de dimensiones jamás encontradas, demostrándonos que todo lo dicho antes está en entredicho. O sea, nuestros principios básicos históricos, el tiempo matemático del universo y la creación de nosotros se están destramando filosóficamente e incluso teológicamente. Los paradigmas irán cambiando.
El silencio del cosmos hoy nos enseña lo suyo. En silencio, vamos como tribus. Nos distraen. En silencio, nos ocultan verdades sobre la realidad. Las interrogantes saltan nuevamente con más fuerza que nunca. El humano es imperfecto. El razonamiento clásico está errado o es limitado definitivamente.
¿Será que los marginados y tratados como locos están más cerca de las claves desconocidas que nos permitan ser más humanos? Porque buscar en lo desconocido a miles de kilómetros respuestas a nuestras vidas, si el tiempo es real, si tus pies caminan sobre tu planeta, si los niños cantan villancicos cada Navidad y el ciclo de cada uno de nosotros es lo máximo. Las luces y las sombras son solo partes de la existencia. Lo importante es uno mismo. Pues está visto que la razón es solo un pretexto más de la escuela de la vida y no alcanza dentro del razonamiento lógico.
En conclusión, los que están excluidos y considerados locos tienen la virtud de vivir sin los problemas que nosotros mismos creamos y que determinarán nuestro futuro. Su forma de ver el mundo es más humana de lo que suponemos. Este fascinante pensamiento lo aprendí de ellos, maestros olvidados por la soberbia humana, que en silencio nos enseñan.