Por Pedro García Garozzo
En vísperas de la Navidad y el año nuevo de 1970, cuando el ambiente asunceno estaba impregnado del aroma a flor de coco; y de mil paraguayos no más de uno sabía que existía el tenis, LA TRIBUNA se erigía en el gran medio que acunaba el advenimiento del destinado a marcar un antes y un después en el deporte paraguayo en el siglo pasado, un verdadero meridiano en la historia deportiva nacional. Ese enorme protagonista era casi un niño todavía: Víctor Manuel Pecci, el atleta que convirtió una disciplina elitista en popular e inscribió el nombre del Paraguay en el ámbito tenístico internacional.
Sin el gran ruido promocional de otras modalidades difundidas con constancia, insistencia y reiteración casi alienante en los espacios periodísticos de aquella época, arropado en el más completo anonimato, en los courts de los pocos clubes de tenis que por entonces existían exclusivamente en el área metropolitana, este niño prodigio, empezaba a ganarle a cuanto oponente enfrentaba, incluso a los adultos.
El fenómeno que poco antes registró Alberto Gross Brown, se repetía y ampliaba, pues el “nuevo fenómeno” lo superaba en épica final del torneo República, el más importante en aquel tiempo, con apenas 14 años, para convertirse en el más joven campeón guaraní de toda la historia.
El cerrado, elitista, sorprendido y pequeño círculo del tenis nacional de entonces aumentó más aún su asombro cuando ese pequeño jugador se dispuso valientemente a dar el gran salto hasta los Estados Unidos para tentar fortuna en el Orange Bowl.
Era muy arriesgada la empresa, según los “entendidos”, con mucho que perder y una mínima esperanza de alcanzar una casi quimérica consagración. Por eso, al final, gracias a la fe inquebrantable y el respaldo decidido de su padre, el doctor Jorge Pecci, su “fan” numero uno, se fue Víctor solo, sin más compañía que su raqueta. Sin experiencia en lides internacionales de la magnitud del Orange, partió a la gran aventura.
En la Argentina, donde ya había ganado un titulo de dobles en Buenos Aires junto a Guillermo Aubone, encontró en éste al único amigo con quien podía compartir y jugar en la magna competición estadounidense.
¿Qué hubiera pasado si lo que estaba por lograr en los Estados Unidos en aquellos días finales de diciembre del 70, quedaba en el anonimato, como lo que ya había logrado antes en un deporte casi desconocido? ¿Y si el doctor Pecci contra la casi total oposición de familiares y amigos no apoyaba aquella misión casi imposible?
Felizmente, así como el doctor Jorge Pecci lo entendió, había un medio, el gran diario de la época, que comprendió lo que podía lograr el joven jugador paraguayo, lo apoyó decididamente y estuvo a su lado a miles de kilómetros de distancia, sorteando las dificultades de precaria comunicación e ignorancia en la materia. En verdad Victor Pecci no estaba tan solo. LA TRIBUNA se hizo presente y acunó el nacimiento de este ídolo emergente del deporte paraguayo, de casi milagroso advenimiento.
Y así, daba cuenta de sus primeros triunfos en singles y dobles en Miami, en los días precedentes a la Nochebuena. Llegó el adiós en cuartos de singles, pero continuaba firme en dobles. Y LA TRIBUNA no lo abandonó.
A las iniciales publicaciones que se conseguían con amigos de la compañía de aeronavegación Braniff que facilitaba su telex para recibir en medio de la comunicación de rutina de vuelos y operaciones, un escueto detalle de la gestión de Víctor consignando apenas el resultado y las iniciales de nombre y apellido del rival de turno, la afición se empezó a interesar cada vez más.
A medida que avanzaba el torneo y se sumaban los triunfos, la avidez del público por conocer sobre la suerte del deportista compatriota, movió a la redacción a gestionar las onerosas comunicaciones telefónicas, a razón de cuatro dólares por minuto, que había que solicitarlas con horas de antelación y no siempre se podían lograr.
Así vemos en la edición de un día como hoy, 26 de diciembre pero de 1970, la información capturada por vía de una conferencia telefónica desde la redacción de LA TRIBUNA, en la que participaron igualmente el padre de Víctor (en la foto con el teléfono en mano dialogando con su hijo), así como una hermana del precoz tenista y su cuñado. La escena se repitió en los días sucesivos hasta el de la consagración con el título de dobles.