Sin lugar a duda, una de las fechas más importantes de la historia del Paraguay, hoy completamente olvidada, es el 22 de junio de 1876, día de la total desocupación del Paraguay por parte de las tropas brasileñas. Después de prolongadas e infructuosas tratativas, el 3 de febrero de 1876 se consiguió firmar en Buenos Aires el tratado de límites con la Argentina. El mismo fue aprobado el 22 de febrero por el gobierno paraguayo. Seguidamente, la administración del presidente de la República, Juan Bautista Gill, solicitó la desocupación inmediata del territorio para devolver al Paraguay su “independencia y libertad”.
El 6 de mayo de 1876, el imperio del Brasil comunicó oficialmente su retiro del país. El Congreso Nacional, teniendo en cuenta la trascendencia del hecho, dictó una ley por la cual se declaraba “Día de la Patria”: “Declárese de hoy en adelante feriado el 22 de junio, que conmemora la total desocupación de la República por las fuerzas extranjeras”.
El embarque de las tropas brasileñas
El 13 de mayo, cuando zarpó el primer barco, fueron al puerto el presidente Gill, el vicepresidente Higinio Uriarte, todo el gabinete, altos oficiales brasileños, el encargado italiano, cuatro bandas de música y el batallón de gendarmes paraguayos.
Gill lanzó una proclama, que transcribo en parte:
“(…) inspirándome en los delicados deberes que me impone el alto cargo que invisto, y celoso del honor y buen nombre del Paraguay, agradecí a los Aliados los sacrificios que le imponía la permanencia de sus ejércitos en nuestro territorio; y esforzándome en demostrarles la esterilidad que hoy resulta de ella.
¡Paraguayos! Cuento con vuestro criterio y acentrado patriotismo para terminar la obra espinosa de nuestra regeneración política, y ahora que presenciamos el embarque de las fuerzas extranjeras, cuyo hecho motiva el presente manifiesto, cumplamos con el deber de dar un cordial adiós a esos disciplinados militares que han sido durante seis años nuestros huéspedes; deseándoles con toda sinceridad un viaje próspero y feliz; roguémosles que conserven de su permanencia entre nosotros, un recuerdo tan grato como el que nos dejan”.
Algo de ironía había en el discurso, a esas alturas, las relaciones entre el presidente y los brasileños eran insostenibles.
Las fuerzas brasileñas de ocupación en Asunción superaban las 4.000 plazas. El contingente de caballería fue al Mato Grosso; el resto, se embarcó rumbo al sur. El puerto tuvo mucho movimiento en los siguientes meses, el batallón que partió el 22 de mayo a Mato Grosso, llevó consigo 1.500 mujeres paraguayas. Hay que entender que la mayoría de esas mujeres encontró en aquellas tropas la posibilidad de salvar la vida ante tanta hambre, enfermedad y desesperación. El total que emigró a ese estado brasileño en aquellos años superó las 6.000, muchas de ellas casadas con los soldados y oficiales invasores. Otras fueron en busca de mejores horizontes.
La desocupación de Paraguay: el feriado que se respetó solo un año
El 22 de junio de 1876, los soldados de ocupación que quedaban abordaron el último barco a Corumba. La alegría de los paraguayos fue general a ver embarcarse a estos. Un año después de este hecho, José Segundo Decoud, en “La Reforma” expuso: “Este acontecimiento memorable, que vino a marcar una verdadera era en nuestra existencia nacional, es lo que el pueblo recuerda en este día alborozado de júbilo y de entusiasmo patriotismo. El Paraguay cae, no vencido sino aniquilado, porque los héroes de un pueblo jamás se rinden; su nacionalidad queda en pie, como una protesta viva para recordar al vencedor aquellas famosas frases incrustas en el corazón de los pueblos modernos: La victoria no da derechos”.
Aquel feriado establecido en 1876 solo se respetó un año. A pedido de políticos de la época, la mayoría afines a intereses brasileños, se anuló la recordación.
Los aliados entraron a saco – saquearon Asunción por más de una semana en enero de 1869 –, manipularon la política interna a su favor y despojaron de sus territorios al vencido. La guerra se llevó a más de la mitad de la población paraguaya. Los sobrevivientes vieron impávidos como los invasores destruyeron cada vestigio de progreso paraguayo. No hubo de parte de ellos préstamos, ni ayudas económicas que pudieran paliar en algo la situación del país ocupado. Fueron despedidos con honores, dejando tras ellos, el Paraguay devastado.
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