El 1 de marzo de 1870, fue asesinado a orillas del arroyo Aquidaban-Nigui el Mariscal Francisco Solano López (Mariscal López), concluyendo de esa manera la fatídica Guerra de la Triple Alianza. La contienda, que no era “contra el pueblo paraguayo sino contra su gobierno”, se llevó a más de la mitad de la población del país; lo dejó sin defensas, lo desmembró territorialmente y lo endeudó infamemente. La alianza formada por Argentina, Brasil y Uruguay impuso sus condiciones, no a un pueblo vencido, sino a un pueblo exterminado.
Y aunque las causas de la guerra fueron varias, como la indefinición de los antiguos límites españoles y portugueses, la política expansionista y hegemónica del Brasil, y el centralismo de Buenos Aires en un país dividido entre unitarios y federales, todas las culpas fueron puestas sobre López y el Paraguay.
Al final de la contienda, el Mariscal fue proscripto y puesto fuera de la ley por los primeros gobiernos paraguayos instaurados durante y después de la guerra. Pasaron casi 30 años para que se inicie el proceso de reivindicación de López de la mano de su hijo Enrique Solano López Lynch, quien había sido testigo de la muerte de su padre y de dos de sus hermanos en Cerro Corá. A esas alturas, fines del siglo XIX, el país vivía ya las luchas políticas y las eternas discrepancias entre colorados y liberales.
Los reivindicadores de López, entre los que se encontraban Juan E. O’leary, Manuel Domínguez y Fulgencio R. Moreno, evitaron los juicios morales sobre él y prefirieron entender lo que el Paraguay se jugaba en 1864. Parte de la generación más brillante de nuestra historia, el novecentismo, vio la figura de López despojada de sus errores y mostró su aspecto épico. Para ellos, los que nacieron en el medio del dolor de la guerra o la incertidumbre de la posguerra, López representó a la causa nacional, especialmente ante el alcance del Tratado Secreto de la Triple Alianza. Estar contra López era estar contra el Paraguay.
Antes de la polémica Cecilio Báez – Juan E. O’leary, ocurrida entre 1902 y 1903, hecho que cambió definitivamente la forma de contar la historia del Paraguay, el Mariscal solo había recibido especial atención cuando se cumplieron 15 años de su muerte. La sociedad paraguaya, que tenía aún en 1885 el recuerdo fresco de la contienda, prefirió seguir con el proceso de reconstrucción nacional evitando homenajes en torno a fechas o a personajes de la guerra.
Con el correr de las primeras décadas del siglo XX, los reivindicadores del Mariscal fueron logrando la adhesión de más y más paraguayos. El 1 de marzo de 1920, cuando Paraguay recordaba los 50 años de Cerro Corá, varios periódicos glorificaron abiertamente a López. También, en el último campamento se levantó el primer busto del Mariscal por iniciativa de la comunidad de Pedro Juan Caballero. En la misma fecha, pero de 1922, se inauguró el primer monumento en honor a los héroes de la guerra, con la figura de la razón (el Paraguay) venciendo a la fuerza (la alianza), una reliquia que hoy está olvidada en la plaza que se encuentra detrás del Panteón de los Héroes y Oratorio Nuestra Señora de la Asunción. Pura ironía.
La campaña “lopista” logró sus objetivos, y para festejar el centenario del Mariscal, en 1926 (hay varias fuentes que afirman que realmente nació en 1827), miles de personas salieron a las calles para participar de todo tipo de eventos, en el centro histórico de Asunción y otros puntos del país.
Al Partido Colorado, que había abrazado definitivamente la reivindicación del héroe en 1904, lo acompañaba parcialmente el Partido Liberal con gran número de referentes. Sin embargo, quien elevó a López como “héroe máximo sin ejemplar”, el 1 de marzo de 1936, fue el entonces presidente de la República coronel Rafael Franco, uno de los principales comandantes paraguayos durante la Guerra del Chaco. Franco no tenía relación directa con ninguno de los partidos tradiciones y su gobierno se desgastó intentando crear una fuerza política que pueda sustentarlo en el poder. El coronel también fue responsable de terminar la construcción del Panteón Nacional de los Héroes, donde fueron ingresados los supuestos restos de Francisco Solano López en octubre de aquel 1936.
Luego vino el militarismo. Con los gobiernos militares el discurso nacionalista se convirtió en uno de los pilares de la educación paraguaya. Durante décadas, miles de paraguayos fueron educados con el culto al héroe máximo, recordando a los grandes militares de las dos guerras internacionales que peleó nuestro país. Eso se terminó parcialmente con la reforma educativa de la década de 1990, que en vez de corregir los sesgos propios del nacionalismo se encargó de enterrar nuestra historia común.
En la actualidad, amplios sectores políticos aclaman a López, incluso el Partido Comunista paraguayo y grupos criminales como el Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP) y el Ejército del Mariscal López (EML). Los colorados, que fueron cambiando doctrinariamente desde principios del siglo XX hasta encontrarse definitivamente en el lado nacionalista, no tuvieron problemas en continuar con la glorificación del Mariscal hasta ponerlo al nivel de José Gaspar Rodríguez de Francia (también compartido con los compatriotas de la izquierda), Carlos Antonio López y, por supuesto, Bernardino Caballero.
Situación similar se da en la izquierda, que ve en el Mariscal el quijote contra el imperialismo. En principio no el brasilero, sino el británico, que con el revisionismo de escritores marxistas argentinos y brasileros se convirtió en el “cuarto” aliado en la contienda contra el Paraguay, en una época donde la guerra fría polarizaba el mundo.
Pero volvamos a principios del siglo XX para intentar hallar los motivos que llevaron a los paraguayos a encumbrar a un héroe máximo. A pesar de la inestabilidad política de aquellos años, nuestros padres y abuelos estaban apremiados pues veían cerca una nueva conflagración: la Guerra del Chaco. Así, entendieron que la figura de López y de los héroes de la Guerra de la Triple Alianza podrían servir como elementos aglutinantes, de unión, ante otra causa nacional, la defensa del Chaco Boreal.
Hoy, lejos del dolor paraguayo heredado de la contienda y de la disputa entre lopistas y antilopistas, deberíamos buscar comprender el contexto en que lucharon aquellos valientes del 70; comprender la magnitud del sacrificio que aceptaron; comprender la importancia de la causa que defendieron. También debemos honrarlos, conmemorarlos. Nuevamente es importante aclarar que la mantener viva la memoria histórica de una nación es responsabilidad del Estado.
“Vencer o morir”, López cumplió con la promesa, su pueblo también. Ellos nos legaron un ejemplo estupendo de dignidad y patriotismo.
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