La preocupación expresada por la Unión Industrial Paraguaya (UIP) por la inseguridad reinante, es un dolor de toda la sociedad paraguaya. Nadie está seguro. Ni el más poderoso rodeado de guardias. Menos el común que se expone cada día por las calles. Tampoco pueden sentirse seguros quienes ocupan cargos de poder. De hecho, es un ex vicepresidente de la República sigue en calidad de secuestrado, sin que los órganos de seguridad tengan algún dato sobre su suerte.
Aunque es un comunicado más, es necesario sumar voces de respaldo a la postura de la UIP, que exige a las autoridades nacionales enfrentar en serio a los delincuentes. Es una penosa la presencia fuerte del crimen organizado, aunque duela decirlo, en la misma capital del país. Los narcos no sólo operan en gran escala, hoy es un hecho real que varios barrios Asunción son espacios donde operan los llamados micro traficantes.
El ambiente de inseguridad no es una simple percepción, como a veces suelen salir a encarar la problemática algún miembro del Estado paraguayo. La inseguridad golpea el mismo corazón de la democracia. Un ejemplo de eso fue el último asesinato de un miembro de la prensa, acribillado cuando salía de su lugar de trabajo, en abierto ataque a la libre expresión.
La inseguridad afecta la calidad de vida. Es una filosa navaja que amenaza a todos por igual. Deteriora gravemente la convivencia pacífica en sociedad y lesiona derechos básicos de cada persona. En medio de esa sensación de miedo, los grupos políticos están en una campaña vacía con relación a propuestas serias para poner freno y entre rejas a quienes actúan en solitario, en equipo o como grupo bien organizado, dejando como secuelas dolor y luto en la República. Es urgente e imperiosa la reacción del Gobierno ante la inseguridad que golpea a todo el aparato del Estado.