Cada lluvia en nuestro país, sobre todo en el Área Metropolitana, es un recordatorio implacable de la falta de planificación urbana en nuestras ciudades y las deficiencias en las obras públicas, que, lamentablemente, en ocasiones ya se cobraron vidas de compatriotas, además de generar caos en el tránsito e inundaciones de zonas pobladas.

No hace mucho, lamentábamos la pérdida de dos militares arrastrados por las aguas en Lambaré, donde una calle mal diseñada desembocaba directamente en un arroyo caudaloso. Este no es un incidente aislado; en el pasado, las lluvias torrenciales han segado vidas de compatriotas. No estamos hablando de eventos catastróficos, sino de lluvias abundantes, dentro del rango normal para nuestro país.

En nuestros editoriales anteriores, advertimos sobre el crecimiento desordenado de nuestras zonas urbanas y las consecuencias en el tránsito y la prestación de servicios. La realidad es que no podemos revertir el pasado, pero debemos detenernos ahora y abordar estas deficiencias de manera seria y proactiva.

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La lluvia que azotó ayer nuestra capital causó estragos en el tráfico, con acumulaciones de hasta 60 milímetros en solo una hora, según informes de Meteorología. Las redes sociales se llenaron de reportes ciudadanos sobre calles y casas inundadas y desvíos obligatorios, mientras que los conductores se veían atrapados en el caos.

Ante esta crisis recurrente, los bomberos voluntarios han formado un Comando de Incidentes para coordinar la respuesta a las inundaciones y rescatar a quienes lo necesiten. Este esfuerzo es loable, pero no debería ser necesario si las autoridades hubieran actuado de manera preventiva, identificando y abordando las zonas críticas de nuestra infraestructura urbana.

La falta de planificación urbana y las deficiencias en las obras públicas no son solo cuestiones técnicas; son aspectos de seguridad ciudadana y calidad de vida. Es hora de que nuestras autoridades dejen de reaccionar ante cada lluvia y comiencen a actuar de manera preventiva, garantizando que nuestras ciudades estén preparadas para enfrentar los desafíos del clima cambiante. El bienestar de nuestra población depende de ello.