Aparentemente habría cuanto menos dos versiones del Paraguay. Por un lado, el Paraguay de “la tele”, el expuesto por los masivos medios de prensa tanto escritos como audiovisuales dan cuenta de un país que se cae a pedazos, en donde básicamente todo está mal y no existiría una salida a tal situación. Por otro lado, en la calle la gente sigue librando su batalla diaria con miras a progresar y con la mirada puesta en su futuro, observando únicamente de reojo la catarata de información pesimista de los medios.
Entonces, parecería existir una discrepancia entre la imagen que proyectan los medios y la realidad que se vive en Paraguay. Mientras los titulares alarmantes sugieren que el país se encuentra al borde del colapso, la vida cotidiana de nuestra gente en las calles refleja una historia diferente, el país, a pesar de las dificultades, no está desmoronándose. Si bien es cierto que existen desafíos y dificultades pendientes de urgente solución, la situación parece distar de ser catastrófica.
En las calles, la gente trabaja arduamente, busca oportunidades y lucha por progresar. A pesar de las adversidades, hay un espíritu de resiliencia y esperanza que impulsa a la población a seguir adelante. La realidad es que, si bien hay problemas que deben abordarse, el país no se está demoliendo como a menudo sugieren referentes de la opinión pública.
Obviamente es fundamental reconocer que la prensa tiene el deber y el derecho de informar sobre los problemas y obstáculos que enfrentan las instituciones y la sociedad en general, pero también debemos recalcar la importancia de hacerlo de manera objetiva, equilibrada y contextualizada. Exagerar la situación puede generar un clima de desesperanza y desconfianza, socavando los esfuerzos por construir un futuro mejor, e incluso derivar en un innecesario estallido social. Todos somos responsables de informar desde la verdad en igual medida, sin excepciones.
En muchas ocasiones es difícil desligarse de los sesgos que pesan sobre todo individuo, por eso debemos cotidianamente reforzar el ejercicio de la objetividad. No todo lo que hace el sector con el que simpatizamos es bueno, ni todo lo hecho por el sector contrario es malo. En lugar de centrarnos únicamente en los errores para buscar noticias negativas, deberíamos analizar las complejas situaciones que atraviesa todos los días nuestro país con base en los contextos de la manera más objetiva posible. Por esto, hoy más que nunca es necesario promover un diálogo constructivo que impulse el cambio y la mejora continua, en lugar de perpetuar una narrativa de crisis constante.
La polarización se ha petrificado en la esfera política, por esto no es posible consensuar una agenda que pueda ser impulsada por todos los sectores. El gobierno nacional ha ensayado proyectos que podrían ser interesantes; el proyecto de ley de jubilaciones ha sido menospreciado, el proyecto “hambre cero” también ha sido atacado. Cabe preguntarnos si estas iniciativas pudieron haber beneficiado al Paraguay en caso de que al menos haya existido apertura de los opositores para debatirlas con exclusión de las pasiones partidarias o personales y con el único objetivo de lograr mejoras sensibles para el país.
La discrepancia entre la realidad que vive la gente y la imagen que proyectan los medios es un recordatorio de la importancia de mantener un sentido crítico y cuestionar las narrativas dominantes. Es responsabilidad de todos buscar una visión más equilibrada y precisa de la situación del país, reconociendo tanto los desafíos como los logros que se están alcanzando. Al fin y al cabo el respeto a la democracia implica también la madurez de apoyar las iniciativas de los gobernantes siempre que sean beneficiosas, independientemente de la simpatía que sintamos por los hombres y mujeres que las impulsan.