Al hablar de tradiciones para despedir al año viejo y recibir al nuevo, solemos recordar las cenas en familia, el color de los atuendos, el brindis con sidra o champagne, las doce uvas a la medianoche, los fuegos de artificio encandilando el cielo, los bailes, e incluso recorrer el barrio con una maleta para que se cumpla el deseo del merecido viaje de desconexión. Pero algo que se ha vuelto una lamentable tradición son las peleas que se vuelven virales a través de las redes sociales y los grupos de WhatsApp.
Con una combinación de risa y morbo, vemos y nos hacemos eco de los «moquetes» de personas ebrias, ya sea en una modesta bodega de barrio o en los lugares más «top» de la ciudad capital. El consumo de alcohol y la carga violenta que ello trae no deberían ser motivos de tanta gracia.
En la pasada Navidad, según el reporte de la Policía Nacional, hubo más casos de violencia intrafamiliar como consecuencia del consumo excesivo de bebidas alcohólicas. Cada vez son más frecuentes los casos de asesinatos que comenzaron en una amigable «ronda de tragos».
Con orgullo nos pavoneamos cada vez que salimos como uno de los mayores consumidores de alcohol per cápita en el mundo, cuando esto debería alarmarnos. Si bien el alcohol es una droga social y legal, el consumo desmedido es la muestra palpable de que somos una sociedad cada vez más decadente. El alcoholismo es una adicción, y Paraguay es hoy un país que padece esta enfermedad. Que no sea demasiado tarde para «tomar en serio» este tema.