Una diputada «chipera» convocó a la atención de los medios días atrás. La diputada Graciela Aguilera, del PLRA, no tuvo mejor ocurrencia de calzarse un canasto de chipas y repartirlas antes del inicio de la sesión de la Cámara Baja para «advertir» protestar» (según dijo) contra la ausencia y falta de quórum que padeció dicha legislatura días anteriores. No es la primera vez que parlamentarios optan por «hacer show» para cuestionar algo o llamar la atención sobre algún tema. Mala señal. Si usaran la «creatividad» en articular alianzas y generar mejores leyes, estarían cumpliendo realmente su cometido, y no simplemente haciendo de arlequines improvisados que provocan hilaridad antes que resultados. Se les paga para hacer leyes, no para hacer el ridículo.
Si quisiéramos cómicos o payasos en la legislatura, en vez de elecciones deberíamos haber realizado concursos de chistes o mejores disfraces. Los parlamentarios deben ponerse a la altura de las necesidades y reclamos de la ciudadanía, la que padece los arrebatos y latigazos de la pésima calidad de nuestra política criolla. Si suman ausencias y se vuelven crónicas las suspensiones por falta de quórum, están los mecanismos de sanción que deben ser implementados.
Esta costumbre de hacer «espectáculos circenses» en el recinto parlamentario no es nueva. Desde aquellos casi inocentes atavíos con «sombreritos» que estrenaron algunos diputados en las primeras legislaturas de la era democrática, el menú de «shows» ha ido ampliándose en magnitud y profundizándose en desubicación. Las «vuvuzelas» del senador Jaeggli, las ocurrencias y el histrionismo de ciertas diputadas de la oposición -amantes desenfrenadas de la figuración y la polémica-, y hasta el medio desnudo de algún otro legislador, entre otras muestras de comedias y teatralizaciones espantosas, no han aportado nunca -léase bien, NUNCA- lo que el Congreso Nacional necesita realmente como órgano legislativo, poder de la Nación, instancia de generación de leyes y control de la gestión de las demás instituciones del Estado.
La producción de leyes sigue siendo pobre en calidad y mucho peor en algo que nunca ocupó a los parlamentarios: el controlar, revisar y evaluar si las tales leyes dictadas reditúan en los resultados que se esperan de ellas o simplemente son meras exposiciones textuales de deseos y buenas intenciones que siguen empedrando el camino a una democracia cada vez más frágil y de cuestionada calidad.
Podrán seguir «inspirándose» en qué tipo de show montar para ganarse sus «cinco minutos de fama» ante las cámaras de TV o los flashes de medios que terminan hipotecando la verdadera razón de ser del periodismo a cambio del espectáculo. Podrán seguir vistiéndose de chiperas, bufones, saltimbanquis o payasos, pero no cubrirán con eso la reveladora desfachatez que tienen de perder el tiempo con macanadas que no apuntan a la real necesidad que tiene la Nación: un Congreso serio, con debate de altura sobre los temas importantes para el país, y con producción de leyes de calidad para aportar al desarrollo nacional y a la democracia real.