El 23 de abril se celebra el Día Internacional del Libro, una fecha que recuerda la coincidencia simbólica de la muerte de tres grandes de la literatura universal: Miguel de Cervantes, William Shakespeare y Garcilaso de la Vega. Pero para los paraguayos, esta jornada tiene una connotación aún más entrañable: el 23 de abril de 1990, el escritor Augusto Roa Bastos recibía el galardón del Premio Cervantes, el máximo reconocimiento de las letras en lengua española.

Aquella premiación además de enaltecer la prodigiosa labor del escritor compatriota, se convirtió también en la demostracion patente de que incluso en un país de escasa tradición lectora, pueden surgir voces universales.

No obstante, más de tres décadas después, seguimos preguntándonos si hemos aprendido algo de aquel logro. ¿Qué espacio ocupa hoy el libro en el Paraguay contemporáneo? ¿Cuánto se ha hecho para fomentar la lectura como herramienta de transformación social? La respuesta es preocupante. Lejos de avanzar, la lectura ha sido desplazada por la vorágine digital, por el imperio de las pantallas y el vértigo de las redes sociales. Los niños y jóvenes crecen más expuestos al consumo rápido de contenido que a la construcción pausada del pensamiento crítico que solo los libros pueden ofrecer.

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Paraguay necesita, hoy más que nunca, líderes que lean y promuevan la lectura, líderes capaces de comprender que sin lectores no hay ciudadanía plena. Pero ¿qué se puede esperar de autoridades que, muchas veces, hacen gala de su desinterés por el conocimiento y desprecian la cultura como si fuera un lujo inútil? Por eso el desafío debe comenzar desde abajo: en las familias, las escuelas, los templos y las bibliotecas barriales. Solo así lograremos que las nuevas generaciones no solo lean más, sino que valoren a quienes escriben, investigan y comparten su visión del mundo desde las páginas impresas o digitales.

Hay avances que no deben ignorarse: el Plan Nacional de Lectura, algunas ferias literarias emergentes como la FIL Asunción, o pequeñas editoriales que resisten con valentía. Pero los desafíos estructurales son grandes: baja tasa de lectura, pocas bibliotecas públicas, falta de acceso en zonas rurales, y un mercado editorial frágil. Hace falta decisión política, inversión y una alianza entre el Estado, el sector privado y la sociedad civil para que el libro vuelva a ocupar el lugar que le corresponde.

Porque el libro no solo forma, también cura, conecta, humaniza. Es una herramienta de educación emocional, un refugio frente a la violencia y una semilla de libertad. Leer es también una forma de resistencia frente a la desmemoria, frente a la ignorancia que nos empobrece. Si en un contexto de tantas privaciones fuimos capaces de tener un Premio Cervantes, ¿cuántos talentos paraguayos se están perdiendo hoy por la falta de acceso a una biblioteca o a un libro de texto?

Este 23 de abril es una buena ocasión para celebrar a Roa Bastos, pero, sobre todo, para preguntarnos qué estamos haciendo para que haya más Roas, más Josefina Plá, más voces que escriban desde Paraguay para el mundo.