La videollamada entre los expresidentes Mario Abdo Benítez y Jair Bolsonaro, en medio de la convalecencia del líder brasileño, podría parecer —a simple vista— un gesto de cortesía humana, propio de dos antiguos aliados políticos. Sin embargo, los gestos en política no se interpretan en el vacío, sino en función de su contexto, su simbolismo y sus implicancias. Y este no es un contexto cualquiera.

La comunicación entre Abdo y Bolsonaro ocurre apenas días después de que se revelara que, bajo el mandato de Bolsonaro, Brasil espió a autoridades paraguayas. La información confirma lo que muchos sospechaban: que el vecino país operó tácticas de inteligencia para debilitar la posición paraguaya en la mesa de negociación de Itaipú. Es decir, no fue un desacuerdo diplomático ni un diferendo técnico, sino una vulneración directa a la soberanía paraguaya.

En ese escenario, una llamada de cortesía se transforma en un gesto político. Abdo Benítez, quien ya había quedado marcado por el oscuro episodio del acta secreta de Itaipú —firmada precisamente con Bolsonaro—, elige hoy estrechar nuevamente lazos con quien representó una amenaza a los intereses nacionales. No es un acto inocente, ni es un exabrupto. Es una acción calculada, y como tal, debe ser leída.

Unite al canal de La Tribuna en Whatsapp

La sociedad paraguaya no ha olvidado que aquel acuerdo secreto casi le costó a Abdo un juicio político. No se trató de un malentendido diplomático, sino de un intento deliberado de favorecer al Brasil en detrimento del Paraguay. Hoy, con la llamada a Bolsonaro, Abdo revive viejas heridas, despreciando el sentir de un pueblo que exige respeto a su dignidad y soberanía.

Por supuesto que la solidaridad humana es un valor que debe estar presente incluso entre adversarios políticos. Pero los líderes tienen la obligación de medir sus gestos, porque los gestos también son mensajes. Llamar a un aliado convaleciente puede ser un acto humano; llamar a quien espió a tu país para socavar su posición estratégica, es otra cosa. Es un acto que raya con la traición.

Abdo Benítez parece querer reconstruir su imagen desde el rol de un conciliador, de una figura casi mesiánica que privilegia lo humano sobre lo político. Pero no se trata de un Mahatma Gandhi guaraní. No es la espiritualidad lo que guía sus decisiones, sino una reiterada inclinación a subordinar los intereses nacionales en nombre de alianzas personales y políticas.

La llamada de Mario Abdo no mejorará la salud de Bolsonaro, pero sí agrava una herida abierta en la memoria colectiva del Paraguay. Y si bien el pueblo paraguayo es paciente, también es sabio: distingue entre los que defienden la patria y los que, con una sonrisa y una videollamada, vuelven a entregarla.