La sorpresiva visita del presidente argentino Javier Milei a Paraguay, concretada sin previo anuncio oficial y con apenas horas de anticipación, llamó inevitablemente la atención. En una región donde la diplomacia sigue siendo tan relevante como los discursos, una llegada de este calibre —sin agenda pública, sin acceso a los medios, sin preguntas— deja más interrogantes que certezas. Sin embargo, no por ello deja de ser trascendente: demuestra que Paraguay ocupa hoy un lugar estratégico en el tablero del Cono Sur, y que su peso específico en los asuntos regionales va en aumento.

Lo preocupante no es la visita en sí, sino el manejo de la información sobre ella. Se trató de un encuentro de alto nivel, entre dos jefes de Estado, donde según se supo a posteriori y casi a regañadientes, se abordaron temas de primera línea para el interés nacional: Yacyretá, la hidrovía Paraguay-Paraná y el gasoducto entre ambos países. Asuntos neurálgicos, cuya resolución —o falta de ella— puede impactar directamente en nuestra economía, soberanía energética y proyección logística.

Tal como lo mencionamos en un editorial anterior, la información abierta y oportuna legitima las acciones de gobierno. Al dejar a la ciudadanía al margen de las tratativas, el Ejecutivo debilita innecesariamente su propia posición. Más aún cuando se trata de cuestiones que han sido largamente postergadas o incluso ninguneadas por gobiernos anteriores, especialmente en lo que respecta a la Entidad Binacional Yacyretá.

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Yacyretá sigue siendo un punto de fricción en la relación con Argentina. Es un proyecto conjunto que debería simbolizar cooperación, pero que en los hechos se convirtió en una muestra palpable de la asimetría persistente. Durante el gobierno de Alberto Fernández, Argentina llegó incluso a acogotar financieramente a la EBY, dejándola sin recursos operativos.

Hoy, el anexo C de Yacyretá continúa en la penumbra, ignorado por la opinión pública paraguaya, que con justa razón está enfocada en la renegociación de Itaipú. Pero sería un error estratégico subestimar la importancia de este tratado, sobre todo cuando Argentina sigue sacando ventajas mientras Paraguay reclama una distribución más justa de los beneficios energéticos.

La hidrovía, por su parte, es otro frente conflictivo. Paraguay depende de esta arteria fluvial para mover cerca del 80% de sus exportaciones, y Argentina ha impuesto peajes, regulaciones y restricciones que afectan seriamente nuestra competitividad. La falta de un marco multilateral justo nos deja a merced de decisiones unilaterales que responden más a intereses políticos coyunturales que a una visión de integración real.

En cuanto al gasoducto, se trata de un proyecto largamente demorado. Podría representar una diversificación importante para nuestra matriz energética, pero las señales argentinas siguen siendo erráticas. Mientras priorizan a Chile y Brasil como socios estratégicos para la exportación de gas de Vaca Muerta, Paraguay sigue esperando una definición clara. La desconfianza paraguaya hacia la inestabilidad política y económica del vecino país no es gratuita: es producto de años de incumplimientos, giros ideológicos y falta de garantías.

En este contexto, la visita de Milei puede leerse también como una jugada política con múltiples capas. El presidente argentino busca construir un eje alternativo dentro del Mercosur, distinto al que lidera Brasil, y necesita aliados. Peña, economista como Milei, se mostró receptivo, pero el Gobierno debe recordar que la cercanía ideológica no puede anteponerse a los intereses nacionales.

El Paraguay tiene ahora una oportunidad: utilizar esta atención repentina para poner sobre la mesa sus reclamos históricos y avanzar hacia una relación más simétrica. Pero esto solo será posible si se actúa con firmeza, visión estratégica y, sobre todo, con transparencia ante la ciudadanía.