El lamentable episodio ocurrido durante el partido de fútbol entre Cerro Porteño y Palmeiras en la Copa Libertadores Sub-20 ha acaparado titulares en todo el continente. La Conmebol, en una decisión que marca un precedente, sancionó al club paraguayo con una multa de 50.000 dólares, la prohibición de acceso al público en sus encuentros del torneo y la obligación de llevar adelante una campaña contra el racismo. Pero más allá de las sanciones impuestas, lo sucedido debe llevarnos a una reflexión profunda sobre la cultura futbolística y los comportamientos que hemos normalizado en Paraguay y en la región.
Históricamente, el fútbol ha sido visto como un espacio de pasión desbordante, donde ciertas actitudes son justificadas en nombre de la euforia del deporte. Sin embargo, el fanatismo no puede servir de excusa para el racismo ni para la violencia. En nuestro país, las barras bravas son financiadas por dirigentes que luego se desentienden de sus actos, mientras la sociedad asiste horrorizada a sus excesos. Nos hemos acostumbrado a la violencia, la grosería y el descontrol como si fueran parte natural del espectáculo deportivo.
Pero el fútbol es, o debería ser, un elogio a la caballerosidad, el juego limpio y el encuentro familiar. No podemos seguir permitiendo que sea también un escenario donde la discriminación se haga presente con impunidad. No es la primera vez que un jugador sufre insultos racistas en nuestras canchas, pero sí debería ser la última.
El caso de Luighi Hanri, quien denunció haber sido víctima de insultos y gestos racistas, pone de manifiesto una realidad incómoda: el racismo sigue siendo parte del día a día en nuestros estadios, disfrazado de «chistes» o «tradición» de las hinchadas. La sanción contra Cerro Porteño no solo es un castigo para el club, sino un llamado de atención para toda la sociedad. Dirigentes, periodistas deportivos, hinchas y jugadores deben tomar conciencia de que este tipo de conductas ya no pueden ser toleradas.
Es momento de dejar de minimizar el problema y de actuar con firmeza. El racismo en el fútbol no se combate con comunicados tibios ni con campañas que quedan en el olvido tras unos días de indignación en redes sociales. Se combate con educación, con sanciones ejemplares y con un compromiso real de los clubes y las autoridades para erradicar cualquier manifestación de discriminación.
Como sociedad, debemos asumir nuestra responsabilidad. No podemos seguir justificando el odio disfrazado de rivalidad. Es hora de que el fútbol recupere su verdadera esencia: un espacio de inclusión, respeto y hermandad.