Mañana, la Contraloría General de la República presentará el Plan de Integridad, Transparencia y Prevención de la Corrupción, una iniciativa que surge a partir de la Cumbre de Poderes y que, según se ha adelantado, incorpora elementos innovadores para combatir este flagelo. Entre las novedades más destacadas se encuentra la incorporación de sistemas tecnológicos diseñados para prevenir prácticas corruptas, una herramienta clave en la búsqueda de mayor transparencia en la administración pública.
Sin embargo, si bien la tecnología puede contribuir significativamente a mejorar los controles y evitar irregularidades, no es una solución mágica. La eficacia de cualquier plan anticorrupción no depende únicamente de las normas y los mecanismos de fiscalización, sino también del compromiso ciudadano. En nuestro país, la corrupción ha sido lamentablemente normalizada en distintos niveles de la sociedad, y mientras no exista una conciencia colectiva sobre la gravedad de este problema, ningún esfuerzo institucional será suficiente para erradicarlo.
La lucha contra la corrupción debe ir de la mano con una transformación social profunda, basada en la educación y en la promoción de valores éticos desde la infancia. Es en los hogares y las escuelas donde debe iniciarse este cambio de mentalidad, para que las futuras generaciones de paraguayos crezcan con una visión clara de lo que es correcto e incorrecto y se conviertan en ciudadanos responsables y exigentes con la gestión pública.
El Plan de Integridad, Transparencia y Prevención de la Corrupción representa sin dudas un gran avance, pero su éxito dependerá no solo de la aplicación de herramientas tecnológicas, sino también de la voluntad política, la exigencia ciudadana y un firme compromiso con la educación en valores. La corrupción no es un problema exclusivo de la esfera pública: es un mal que afecta a toda la sociedad y que solo podrá ser erradicado con el esfuerzo conjunto de todos los paraguayos.