Hoy, 2 de febrero, los paraguayos recordamos un episodio trascendental de nuestra historia: el golpe de Estado del 2 y 3 de febrero de 1989 que puso fin a la dictadura de Alfredo Stroessner y marcó el inicio del proceso de democratización. Hace 36 años, la ciudadanía paraguaya, cansada de la opresión y la tiranía, celebraba la caída de un régimen que había gobernado con mano de hierro durante 35 años. Aquel acontecimiento no marcó solamente la culminación de una lucha por la libertad, sino también el inicio de un desafío constante: la construcción de una democracia sólida y duradera.
Desde entonces, la sociedad paraguaya ha demostrado ser celosa guardiana de sus derechos y libertades. Cada vez que percibió amenazas a las conquistas democráticas, no dudó en salir a las calles para reafirmar su compromiso con la democracia. Lo hizo en los momentos críticos de la transición, cuando la corrupción, el abuso de poder o las injusticias pusieron en peligro el Estado de derecho.
Alexis de Tocqueville, en su análisis sobre la democracia, señaló que este sistema es imperfecto, pero sigue siendo el mejor que hemos encontrado para garantizar la convivencia en libertad. La democracia no es un logro estático, sino un proceso en constante construcción, que depende del compromiso activo de los ciudadanos. La experiencia paraguaya ha demostrado que la participación cívica es la única garantía de su preservación.
A 36 años del advenimiento de la democracia, los desafíos persisten. La corrupción sigue siendo una de las principales deudas del sistema político, y la justicia, en muchos casos, no ha logrado consolidarse como un pilar sólido de la institucionalidad democrática. Tocqueville advertía que una democracia sin vigilancia puede convertirse en una nueva forma de tiranía. Paraguay no es ajeno a esta realidad, y por ello es fundamental que la ciudadanía mantenga su rol protagónico en la defensa de sus derechos.
El golpe del 2 y 3 de febrero de 1989 nos dejó una lección clara: la democracia se construye día a día. No basta con elegir autoridades periódicamente; es necesario ejercer un control constante sobre ellas y exigir transparencia, justicia y respeto por las instituciones. Paraguay ha avanzado, pero el camino de la democracia no tiene un destino final: es una senda que se recorre con compromiso, participación y memoria histórica.