En un escenario regional marcado por la incertidumbre y el lento repunte de varias economías latinoamericanas, Paraguay emerge como un caso digno de análisis. Los informes de entidades especializadas, economistas y analistas económicos coinciden en que la economía paraguaya proyecta un 2025 prometedor, fundamentado en pilares sólidos como su estabilidad macroeconómica, un consumo interno que se mantiene robusto y una política monetaria prudente.
Con una inflación proyectada del 3,5 %, alineada con los objetivos del Banco Central del Paraguay (BCP), el país muestra signos claros de confianza ante los ojos de los organismos internacionales. Este panorama posiciona a Paraguay como líder regional en crecimiento, un logro notable considerando los desafíos estructurales y climáticos que enfrenta.
Sin embargo, el optimismo que generan estas proyecciones no puede ser motivo de complacencia. Es evidente que una de las mayores vulnerabilidades sigue siendo la dependencia de los commodities, especialmente la soja, cuya producción está seriamente amenazada por la sequía. Este fenómeno, cada vez más recurrente debido al cambio climático, expone los riesgos de depender de sectores tan sensibles a las condiciones climáticas.
Paraguay ha avanzado en la industrialización, pero este esfuerzo aún no alcanza la escala necesaria para diversificar de manera preponderante la economía. Si bien el crecimiento proyectado es alentador, su sostenibilidad a largo plazo requiere inversiones estratégicas en tecnología de producción y una apuesta decidida por diversificar las actividades económicas.
En este contexto, el país tiene ante sí la oportunidad de consolidar su liderazgo regional mediante políticas públicas que incentiven la innovación, la sostenibilidad y la diversificación económica. El desafío es trascender el modelo dependiente de los commodities y construir una economía más resiliente y menos expuesta a los embates climáticos.
