No hace mucho, Paraguay lamentaba la devastación de cerca de 200 mil hectáreas de bosque en el Cerro Chovoreca, en el Chaco Paraguayo. Aquella tragedia nos hizo recurrir incluso a la ayuda internacional para combatir un desastre que superó nuestra capacidad de respuesta. Hoy, la historia parece repetirse, con un panorama alarmante de sequía y un preocupante aumento de incendios en diversas regiones del país.
Las cifras no dejan lugar a dudas. Según el Instituto Forestal Nacional (Infona), entre el 1 y el 7 de enero de 2025, las llamas consumieron aproximadamente 10.928 hectáreas en todo el territorio nacional. La región Oriental concentra el 88,29% de los incendios, afectando principalmente pastizales, sabanas y cultivos. A esto se suma un pronóstico sombrío: la Dirección de Meteorología no prevé lluvias importantes hasta febrero, y el fenómeno de La Niña podría agravar la situación hasta abril.
El dato más inquietante, sin embargo, no está en las hectáreas consumidas ni en las proyecciones climáticas, sino en el origen de estas tragedias. En la mayoría de los casos, los incendios tienen su raíz en la inconsciencia humana. Si bien pueden ocurrir accidentes, es incomprensible que en condiciones tan críticas persista la práctica irresponsable de iniciar fuegos, ya sea por limpieza de terrenos o por otras actividades. Este comportamiento no solo demuestra una alarmante falta de racionalidad, sino también un profundo desprecio por las consecuencias que afectan a comunidades enteras, la biodiversidad y el futuro de nuestras tierras.
La prohibición del uso del fuego, establecida por el Infona, debe ser respetada. Sin embargo, el respeto a las normas no puede depender solo de la buena voluntad de los ciudadanos. Es urgente que el Ministerio Público actúe con firmeza. En los casos comprobados de responsabilidad, los culpables deben enfrentar sanciones ejemplares que desmotiven futuras imprudencias. El mensaje debe ser claro: la negligencia no quedará impune.
El combate a los incendios forestales requiere una acción conjunta. Por un lado, es esencial fortalecer las capacidades de respuesta de las instituciones encargadas de mitigar estos desastres. Por otro, se necesita un cambio cultural que fomente la responsabilidad ciudadana y el respeto por el medio ambiente. Esto implica educar, denunciar y exigir a las autoridades que velen por el cumplimiento de las leyes.
Paraguay no puede seguir lamentando la pérdida de sus recursos naturales por causas evitables. Las llamas no solo consumen hectáreas; también destruyen oportunidades, vidas y el futuro de las generaciones venideras. La lucha contra los incendios forestales empieza por la conciencia de cada uno de nosotros y por el compromiso firme de las instituciones.