Desde el advenimiento de la democracia, la corrupción ha sido una constante en el discurso público de Paraguay. Durante décadas, hemos presenciado campañas políticas que prometen su erradicación, movimientos ciudadanos que luchan incansablemente contra este flagelo y homilías desde los púlpitos que lo condenan como un mal endémico. El Estado ha creado fiscalías especializadas, unidades anticorrupción y hasta una Secretaría Nacional, con el objetivo de combatir la corrupción en todas sus formas. A pesar de estos esfuerzos, la percepción pública sigue apuntando a una realidad cruda: la corrupción se mantiene y crece, afectando profundamente a nuestra sociedad.

En una entrevista que se publica hoy en nuestro portal, el contralor general de la República, Camilo Benítez Aldana, hace una minuciosa descripción de una campaña que está promoviendo la administración de Santiago Peña, denominada: Estrategia Nacional de Integridad. Pero, más allá de la iniciativa realmente ambiciosa e innovadora de la nueva campaña del gobierno, que incluye una serie de leyes y medidas, el contralor señala la necesidad de cambios más profundos, y destaca que, además de las políticas de control, es crucial trabajar desde las bases de la educación. “Debemos cambiar la cultura de nuestro país. Sería pertinente trabajar con el Ministerio de Educación y Ciencias para desarrollar un contenido de integridad pública e incluirlo en los programas escolares, así podríamos modificar la forma en que pensamos los paraguayos sobre la corrupción, la honestidad y las conductas correctas”, declaró Benítez Aldana.

La observación del contralor resuena con la realidad cotidiana: la corrupción en Paraguay no es solo un problema de la clase política o del sector empresarial; está presente en todos los niveles de la sociedad. Prácticas corruptas, que van desde el pago de una “coima” para evitar una multa hasta la evasión de impuestos, se han vuelto parte de la vida diaria y, lamentablemente, hasta motivo de bromas y chistes. Es un mal que, al estar tan arraigado, ha pasado de ser condenado a ser tolerado y, en algunos casos, hasta celebrado como una “viveza”.

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La corrupción es un fenómeno de doble vía: involucra al funcionario que acepta el soborno y al ciudadano que lo ofrece o lo facilita. Si bien los casos de gran magnitud son los que suelen ocupar titulares, las prácticas corruptas a pequeña escala también erosionan la integridad del país. Esas “pequeñas” transgresiones cotidianas terminan afectando a toda la sociedad, despojando de recursos a los más vulnerables y perpetuando la injusticia.

La Estrategia Nacional de Integridad podría ser un paso importante si realmente se implementa con la seriedad y la amplitud necesarias. Sin embargo, si como país no modificamos nuestra manera de percibir la corrupción, de valorar la honestidad y de entender que las acciones correctas no son opcionales, todas las campañas y discursos caerán en saco roto. Este flagelo no desaparecerá solo con nuevas leyes o instituciones, sino con un cambio cultural profundo, en el que cada paraguayo se sienta responsable de construir una sociedad más justa y transparente.