Una vez más, el espectáculo del fútbol paraguayo se vio empañado por la violencia que rodeó el último clásico. La jornada, que debía ser una fiesta deportiva para las familias, se transformó en una pesadilla para los vecinos del estadio Defensores del Chaco y, en general, para la ciudad de Asunción. Los incidentes violentos, desde la previa hasta la dispersión de las barras tras el encuentro, fueron una triste confirmación de que, a pesar de contar con una ley que busca prevenir estos actos, la violencia persiste y se agrava, afectando a toda la comunidad.

El barrio Sajonia, en particular, vuelve a ser protagonista de un evento perturbador. Testimonios de vecinos, revelan el temor y la frustración que sufren los residentes, obligados a refugiarse en sus hogares cada vez que se organiza un partido de estas características. Las calles cercanas al estadio se convierten en zonas de riesgo donde los enfrentamientos, las bombas y el vandalismo parecen incontrolables.

La Ley N° 1866/02, que prohíbe la portación de armas, el consumo de alcohol y el ingreso de objetos peligrosos a los estadios y sus inmediaciones, es un marco normativo valioso. Sin embargo, la falta de una aplicación rigurosa de la normativa es evidente en cada jornada de violencia. La cantidad de detenidos y los destrozos tras cada partido demuestran que las disposiciones legales no se cumplen efectivamente. El problema no es solo de normas, sino de falta de una intervención seria y decidida por parte del Ministerio Público y de las fuerzas de seguridad, que deberían actuar con mayor contundencia para proteger a la ciudadanía.

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La situación no solo afecta a los vecinos del Defensores del Chaco, sino a toda la sociedad paraguaya, que ve en estos enfrentamientos una degradación de los valores deportivos y sociales. No hace mucho, la sociedad acompañó consternada la muerte de un adolescente en como consecuencia de la violencia en la cancha.

Es evidente que los operativos de seguridad son insuficientes ante la magnitud de la problemática. Urge una respuesta firme de la justicia y la seguridad pública para desarticular a estos grupos violentos que convierten lo que debería ser una jornada de entretenimiento en una amenaza latente.

Los clubes, los dirigentes deportivos y los medios de comunicación también tienen un rol fundamental en esta tarea. Es necesario seguir articulando campañas de educación y prevención, que fomenten una cultura de paz en los estadios y sus alrededores. Las autoridades deportivas deben asumir su responsabilidad y trabajar de la mano con la ciudadanía para erradicar esta problemática. De lo contrario, el espectáculo deportivo continuará ahuyentando a las familias y dejando a los verdaderos amantes del fútbol recluidos en sus casas y atemorizados de salir a las calles o ir a la cancha.

El fútbol debe ser una celebración, una oportunidad de unión y alegría, no un motivo de miedo y encierro. Los violentos no pueden ni deben tener la última palabra.