Hace solo unas semanas, desde La Tribuna abordábamos la problemática del contrabando en el sector frutihortícola y señalábamos que la estrategia más eficaz para combatirlo no es otra que apoyar a nuestros labriegos. La sorpresa llegó poco después: Paraguay realizó su primera exportación -después de 70 años- de tomates y zanahorias al mercado argentino, un hecho histórico que desafía años de dependencia de productos importados e ilegales, y pone en evidencia la capacidad de nuestros productores para abastecer no solo el mercado interno sino también a nuestros vecinos.
Durante años, la producción local se vio afectada por la competencia desleal del contrabando, situación que empujaba a los agricultores paraguayos al borde de la subsistencia. En las últimas semanas, los productores del departamento de Caaguazú lograron exportar más de 60.000 kilos de tomates y toneladas de zanahorias, superando las expectativas del sector y ganando la confianza de consumidores externos, quienes ya reconocen la calidad de nuestra producción.
El reto que ahora se presenta es consolidar y expandir esta base de exportación. Aún queda un largo camino, y es necesario fortalecer el respaldo del Estado y de las instituciones públicas para que este incipiente crecimiento no se detenga. La clave radica en asegurar las herramientas productivas adecuadas, desde la asistencia técnica hasta la infraestructura logística, pasando por el acceso a mercados y la promoción de la agricultura familiar como un sector estratégico.
Este proceso de exportación va más allá de un logro comercial; representa un primer paso hacia la revitalización de la economía rural y una oportunidad para frenar la migración hacia las ciudades, promoviendo un desarrollo rural sostenible. La exportación de productos frutihortícolas como el tomate y la zanahoria no solo genera ingresos para los agricultores, sino que impulsa una cadena productiva que involucra a transportistas, distribuidores y comerciantes, fortaleciendo así el tejido económico en áreas rurales.
El Estado tiene, por tanto, la responsabilidad de respaldar este impulso, no solo con políticas de fomento a la producción, sino también con estrategias de comercialización y expansión de mercado. Si las políticas se orientan correctamente, Paraguay tiene el potencial de convertirse en un referente agrícola en la región, aprovechando las oportunidades del mercado internacional y brindando a nuestros productores la dignidad y el reconocimiento que merecen.
Es momento de volver a apostar de lleno a la agricultura familiar, no solo como una herramienta económica, sino como un mecanismo para el desarrollo social y la seguridad alimentaria.