Lo que debía ser una tarde de fútbol para fomentar la vida sana, la camaradería y el desarrollo de jóvenes promesas, terminó en una tragedia que enluta no solo a una familia, sino también al deporte y a toda nuestra sociedad. Ismael Domínguez, un joven de 15 años con sueños de grandeza en el fútbol, perdió la vida tras recibir un golpe fatal en medio de una pelea luego de un partido de fútbol.
Este lamentable incidente es un reflejo de una realidad preocupante que cada vez se hace más presente en el ámbito deportivo: la violencia. Una actividad, que en teoría tiene que ser un espacio de integración y entretenimiento familiar se ha convertido en un campo de batalla, donde la competencia deportiva pasa a segundo plano y las disputas violentas entre jugadores, padres y aficionados cobran protagonismo.
Más allá de las carencias a las que, tristemente, nos hemos acostumbrado -la falta de una ambulancia en el lugar o la escasa presencia policial-, el verdadero problema radica en la cultura de la violencia que ha permeado en el deporte, especialmente en el fútbol. En cada encuentro, vemos cómo la tensión y la agresividad se imponen sobre los valores que el deporte debería promover. Las familias que antes acudían con entusiasmo a las canchas, hoy lo hacen con temor, preocupadas por las posibles batallas campales entre hinchas rivales o los enfrentamientos de jugadores en el campo. La barra brava y los comportamientos violentos de algunos aficionados han tomado el protagonismo, dejando al deporte en un segundo plano.
Es imposible ignorar la responsabilidad que los adultos tienen en esta situación. No podemos olvidar que los padres, en su afán de alentar a sus hijos, muchas veces cruzan la línea, fomentando actitudes agresivas y rivalidades desmedidas. El fanatismo a nivel de las escuelas de fútbol, que debería ser una fuente de motivación, en muchas ocasiones se convierte en el origen de enfrentamientos que escalan hasta consecuencias fatales, como en el caso de Ismael.
Este hecho nos debe hacer reflexionar como sociedad. Es urgente que se tomen medidas para erradicar la violencia en el deporte, empezando por una campaña conjunta entre instituciones deportivas, autoridades y familias. No podemos seguir normalizando el ambiente hostil que rodea los encuentros deportivos. El deporte debe ser un lugar seguro, donde el respeto, la integridad y el juego limpio prevalezcan por encima de todo.