El Pantanal, una de las mayores extensiones de humedales del mundo y punto de naciente del río Paraguay, enfrenta una situación alarmante. Informes provenientes desde Brasil señalan que esta región se está secando debido a la evaporación acelerada y la falta de lluvias. Las condiciones meteorológicas, agravadas por el fenómeno de «La Niña», no ofrecen un panorama esperanzador para los próximos meses. Este escenario no solo pone en peligro el Pantanal, sino que afecta directamente al río Paraguay, cuyas aguas alcanzaron un nivel histórico de -0.86 metros en el Puerto de Asunción, el más bajo en 120 años. La bajante está afectando seriamente la navegación comercial, vital para la economía nacional.
A esta crisis hídrica se suma otro problema devastador: un incendio de grandes proporciones arrasa con la zona de Chovoreca, en el Chaco paraguayo. El fuego, que ingresó desde Bolivia, ya ha consumido más de 70.000 hectáreas de bosques, poniendo en riesgo la biodiversidad y la vida de comunidades indígenas. Las brigadas de bomberos y las fuerzas del gobierno intentan sin éxito controlar el avance de las llamas, en un territorio de difícil acceso y en condiciones extremas de sequía.
En la capital, la situación tampoco es favorable. El aire que respiramos está contaminado por el humo que llega desde distintos focos de incendio en la región, sumando a la sensación de vivir en una nube de toxinas.
Ante este sombrío panorama, surge una pregunta inevitable: ¿Cuánto más podremos ignorar las advertencias sobre el cambio climático? Los fenómenos extremos ya no son una excepción, sino se están volviendo parte de nuestra nueva normalidad. Es evidente, que la naturaleza nos está enviando una clara señal de alerta.
Es urgente que las autoridades, la sociedad civil y todos los actores políticos comiencen a tomar en serio esta situación. Más allá de las diferencias ideológicas, debemos reconocer que el medio ambiente no puede seguir siendo un tema secundario. Las políticas ambientales deben ser una prioridad nacional, con medidas a corto, mediano y largo plazo. No podemos seguir siendo espectadores de nuestra propia destrucción.
Sin pretender ser alarmista, las señales que tenemos actualmente son claras y es momento de tomar medidas, para mitigar el impacto de las situaciones que se avecinan y empezar a proyectar cómo afrontar fenómenos similares en el futuro.