En el Día Internacional de las Víctimas de las Desapariciones Forzadas, la arquidiócesis de Asunción emitió un mensaje que resuena en el corazón de miles de familias paraguayas que viven el dolor de la ausencia. La fecha, más que una conmemoración, es un recordatorio de la injusticia y el sufrimiento que persisten en nuestra sociedad.
El comunicado de la Iglesia Católica subraya la devastación que las desapariciones forzadas causan no solo en las víctimas directas, sino en las comunidades enteras. Este es un mal que no distingue épocas ni actores: desde la brutal dictadura de Alfredo Stroessner hasta las recientes acciones del autodenominado Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), el dolor es el mismo. Las familias de Edelio Morínigo, Óscar Denis y Félix Urbieta, así como las de tantos otros, siguen atrapadas en un limbo de incertidumbre, clamando por respuestas que no llegan.
Este flagelo continúa afectando a nuestro país, y lo más alarmante es que los casos recientes, como el de la niña Juliette, parecen desvanecerse en el olvido. Las estadísticas son alarmantes: hasta mayo de este año, se denunciaron 352 desapariciones de niños y adolescentes, de los cuales casi 200 siguen sin ser encontrados. Estas cifras reflejan una profunda crisis de seguridad y una terrible debilidad en la protección de los más vulnerables.
Como sociedad, no podemos permitir que el olvido se convierta en la norma. Es necesario que las autoridades, instituciones y todos los sectores de la sociedad civil mantengan la lucha por la verdad y la justicia. No podemos descansar hasta que cada familia paraguaya encuentre paz, hasta que ninguna silla quede vacía por la desaparición de un ser querido.
El llamado de la arquidiócesis es claro: no basta con recordar, es necesario actuar. La justicia debe prevalecer, como un acto de reparación y como un compromiso firme de que nunca más un paraguayo sea víctima de desapariciones forzadas. Es nuestra responsabilidad colectiva asegurar que el futuro no repita los horrores del pasado. Ni una familia más debe ser víctima del dolor que conlleva la incertidumbre de la desaparición de un ser amado.