Paraguay ha mantenido una estabilidad política relativa en las últimas décadas, aunque siempre en tensa calma. Luego del “Marzo Paraguayo” parecería ser que han quedado atrás las turbulencias políticas; épocas marcadas por líderes como Lino César Oviedo entre otros. Podría citarse el juicio político de Fernando Lugo como el último evento de relevancia a nivel presidencial.

A pesar de haber trascurrido ya varios años de aquellos eventos, el panorama político en nuestro país parece siempre incierto y las señales que emanan de sus dirigentes no hacen más que acrecentar la confusión en la ciudadanía.

La muerte del diputado “Lalo” Gomes ha suscitado, principalmente en la oposición, el surgimiento de versiones que plantean algún juicio político; o al Ministro del Interior, o acaso al Fiscal General; o incluso al propio Presidente de la República.

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Categóricamente, pescar en río revuelto no es una buena opción ante este tipo de incidentes serios, además de que estas actitudes afectan la frágil confianza de los paraguayos hacia sus instituciones. Son los políticos los primeros obligados a brindar confianza y respaldo a las instituciones, caso contrario se presenta una situación de caos que afecta negativamente a todos. Aún hay mucha tela que cortar al respecto y parecería ser que el silencio, el análisis reservado y prudente no ha sido una alternativa para algunos actores políticos.

Al trágico suceso, se suma la repentina reaparición de Mario Abdo Benítez en la escena política. Este misterioso acontecimiento añade más incertidumbre a un país que parece desorientado ante una oposición fragmentada y sin rumbo claro. Parecería ser que la oposición no colorada es la más contenta con esta reaparición que se encontraba tímidamente preparada desde hace ya un tiempo; extremo fácilmente demostrable debido a la producción con la que cuentan los videos de propaganda publicados por el equipo del exmandatario.

La clase política mediante estos actos envía mensajes contradictorios que desestabilizan la percepción pública sobre el futuro. Por un lado, el gobierno se esfuerza por proyectar una imagen de estabilidad y continuidad, con logros como el grado de inversión; pero, por otro, en vez de ayudar a consolidar los procesos la oposición, tanto colorada como de los demás partidos se proyectan escándalos, falta de claridad en las propuestas y la evidente desconexión con los momentos que vive el país.

Mientras algunos líderes intentan consolidar sus posiciones, otros buscan reposicionarse en un tablero donde las reglas parecen cambiar constantemente. Mario Abdo, quien había permanecido en segundo plano, vuelve a surgir en un momento en que la oposición, golpeada por divisiones internas, carece de liderazgo firme. El grupo opositor vive en campaña, una campaña mal entendida por cierto, que busca destruir el proyecto de gobierno en vez de construir una alternativa seria.

Este vacío de poder en la oposición y la falta de coherencia en los discursos políticos no hacen más que sembrar dudas en la sociedad. Los paraguayos, quienes ya enfrentan dificultades económicas y sociales, ven con escepticismo el devenir político. La incapacidad de la clase política para ofrecer una visión clara y unida del futuro deja en el aire preguntas fundamentales: ¿Hacia dónde va el país? ¿Qué esperar de quienes, en teoría, deberían guiarlo?

Hoy, no podemos hablar de caos, aunque así pretendan pintarlo ciertos sectores. Si se puede hablar de desconfianza y sospecha, ya que los movimientos políticos sugieren una constante tensión. La ciudadanía se pregunta si los intereses políticos prevalecerán nuevamente sobre el bienestar colectivo. Lo que está en juego es mucho más que la próxima elección; es la estabilidad y el futuro de un Paraguay que necesita respuestas, no más confusión.