El pedido de la Cancillería paraguaya para acelerar la salida del embajador norteamericano, Marc Ostfield, es el corolario de una serie de acciones que distan mucho del manejo diplomático, que ha caracterizado al actual representante de la diplomacia norteamericana en el país. La solicitud, según las declaraciones del canciller Rubén Ramírez, no cuestiona las herramientas administrativas del gobierno estadounidense, sino la manera en que fueron comunicadas, lo cual ha generado un malestar evidente en las altas esferas del gobierno nacional.

Históricamente, la relación entre Paraguay y los Estados Unidos ha estado marcada por la injerencia de la potencia del norte en los asuntos internos de nuestro país. Desde los primeros años de nuestra independencia, y pasando por la dictadura de Alfredo Stroessner, es imposible ignorar el rol que ha jugado la diplomacia estadounidense en influir en el curso de nuestra política interna. Durante la última etapa de la dictadura, la embajada norteamericana en Asunción se mostró activa en apoyar a sectores opositores al régimen.

En la era democrática, la participación de figuras como la embajadora Maura Harty durante los eventos del Marzo Paraguayo es un ejemplo claro de la continuidad de esta política de intervención. Sin embargo, a diferencia de las acciones de sus predecesores, el embajador Ostfield ha adoptado una postura que no solo es cuestionable desde el punto de vista diplomático, sino también ofensiva para las autoridades nacionales. Al comunicar primero a la prensa una decisión administrativa de su gobierno, antes de informar a la Cancillería paraguaya, el embajador ha demostrado una falta de tacto diplomático, que ha exacerbado las tensiones entre ambos países.

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Nadie cuestiona el derecho de los Estados Unidos de adoptar medidas para defender sus intereses. Sin embargo, cuando estas acciones se realizan sin el debido respeto hacia las autoridades locales, se pone en riesgo la relación bilateral, se evidencia un menosprecio había la nación de acogida y se atenta contra la soberanía nacional. Paraguay es un país estratégico en la proyección geopolítica de Estados Unidos en América Latina, lo que hace aún más incomprensible e inaceptable la actitud del embajador Ostfield, al poner en peligro unas relaciones por demás sensibles y vidriosas en un momento de la historia donde los intereses geoestratégicos globales están en álgidas disputas.

La reacción de la Cancillería paraguaya, por lo tanto, es no solo justificable sino también necesaria. La defensa de los intereses nacionales y de nuestra soberanía debe ser la prioridad en cualquier interacción diplomática, y es de esperar que el gobierno paraguayo continúe en esta línea, asegurando que las relaciones exteriores se manejen con el respeto mutuo que caracteriza a las naciones soberanas.

En un mundo globalizado, donde las potencias ejercen su influencia de diversas maneras, es esencial que Paraguay mantenga una postura firme y digna, que no permita atropellos, sin importar la magnitud del país que los cometa. Ningún paraguayo de bien puede consentir ni celebrar la falta de respeto a las autoridades constituidas, provenga de donde provenga.