Reaparición incómoda

En la historia de la humanidad, existieron hombres públicos que han cometido graves errores, los cuales significaron daños irreparables para sus pueblos. Estos actos les valieron el rechazo y el ostracismo. Tras dejar sus cargos, muchos de estos líderes optaron por el silencio y nunca más reaparecieron en público. Un ejemplo clásico es el presidente estadounidense Richard Nixon, cuya gestión quedó marcada por el escándalo de Watergate, llevándolo a la renuncia y posterior retiro de la vida pública. De manera similar, el ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi, con una carrera salpicada de escándalos judiciales y acusaciones de corrupción, se mantuvo en la sombra tras su caída.

En América Latina, una región no exenta de líderes cuestionados, muchos expresidentes optaron por el silencio tras gestiones desastrosas, posiblemente disfrutando de la riqueza acumulada durante su mandato; otros, en cambio, pagaron con la cárcel, como el caso de Alberto Fujimori, en Perú, y Antonio Noriega, de Panamá. Sin embargo, algunos líderes públicos han logrado ser perdonados por la sociedad tras errores graves, pidiendo disculpas públicamente y enmendando su camino. Bill Clinton es un ejemplo emblemático de esta dinámica, quien, tras el escándalo de Mónica Lewinsky, pidió disculpas y fue perdonado por la sociedad norteamericana.

En Paraguay, la lista de políticos que han causado daño a la República es larga y muchos de ellos no han sabido retirarse del escenario político, llamándose también a silencio. Un caso paradigmático es el del expresidente Luis Ángel González Macchi. Ascendió a la presidencia tras el tumultuoso Marzo Paraguayo y su gestión es considerada una de las peores de la era democrática del país. Bajo su administración, desaparecieron 400 millones de dólares de un crédito otorgado por Taiwán, y se le encontró en posesión de un automóvil robado en Brasil, evento que él mismo calificó como “zoncera”, además de una interminable lista de casos groseros de corrupción y abusos en la administración pública.

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Lo que resulta más sorprendente es que González Macchi, a pesar de no haber pedido nunca disculpas por los daños causados a la nación, ha reaparecido recientemente en programas de televisión y otros medios con pose de un gran analista de la política nacional. Esta situación plantea una cuestión ética y moral: antes de intentar erigirse en un orientador de la opinión pública, este expresidente debería pedir disculpas a la sociedad paraguaya o, al menos, por delicadeza, llamarse a silencio. La autoridad moral es un requisito indispensable para cualquier persona que aspire a influir en la opinión pública, y en el caso de González Macchi, eso está claramente en entredicho.