En noviembre del año pasado, publicamos un editorial alertando sobre la “farandulización” del narcotráfico. En aquella ocasión, señalamos cómo ciertos medios de comunicación, en su afán por obtener exclusivas, transformaban a narcotraficantes en celebridades, presentándolos como figuras dignas de admiración. Esta tendencia, lejos de contribuir a una comprensión crítica del crimen organizado, acaba por romantizar una actividad que se nutre de la violencia y el sufrimiento.
Esto viene al caso de la nueva difusión de audios y mensajes de Sebastián Marset, un narcotraficante prófugo, que se jacta de sus crímenes y que es señalado como responsable del asesinato del fiscal Marcelo Pecci. En estos mensajes, Marset intenta pintar a su pareja, detenida hace una semana en Madrid (España), como una figura angelical, un acto que ciertos medios han replicado sin el debido análisis crítico. Esto nos obliga, una vez más, a llamar la atención sobre el rumbo que está tomando parte del periodismo.
La búsqueda desesperada de ratings, clics y likes no puede ni debe justificar el desvío de los principios éticos que deben guiar nuestra profesión. El periodismo tiene un compromiso ineludible con la verdad, la justicia y la responsabilidad social. Convertirse en un mero vocero de criminales además de traicionar estos principios, socava la confianza del público en los medios de comunicación, confianza que de forma preocupante, cada vez vemos más deteriorada.
Es fundamental que los periodistas y los medios reflexionemos sobre los criterios que deben guiar la publicación de contenido relacionado con figuras criminales. El interés público debe ser la brújula de nuestras decisiones editoriales. Publicar mensajes o audios de criminales solo se justifica si aportan información relevante para la sociedad, y siempre debe acompañarse de un análisis que contextualice y explique su relevancia.
Presentar a narcotraficantes como figuras casi heroicas, además de representar una peligrosa distorsión de la realidad, puede influir negativamente en la percepción pública, especialmente entre los jóvenes, que pueden ver en estos criminales un modelo a seguir.
El periodismo tiene una responsabilidad ética de no convertirse en un instrumento de propaganda para criminales. Esto implica evaluar críticamente el contenido antes de su publicación y buscar formas de informar sin amplificar las amenazas o manipulaciones de los delincuentes. En lugar de reproducir íntegramente los mensajes, los medios pueden optar por resúmenes analíticos que proporcionen la información necesaria sin caer en la trampa de la glorificación y de ser utilizado como simple vocero de un delincuente prófugo.