La historia nos ha enseñado que cuando se debe implementar un proyecto que carece de simpatía popular, por lo general se espera a que el tema salga de la agenda mediática, se «enfríe» en la opinión pública y luego se procede «a tambor batiente».
Es lo que los estudiosos denominan «política de hechos consumados». Precisamente esto es lo que ocurre con la puesta en vigor del estacionamiento tarifado en la ciudad capital. Desde el vamos, el consorcio Parxin -encargado de la explotación del servicio – generó más dudas que certezas,teniendo como base el leonino contrato que lo favorece de manera grosera en reparto de las ganancias frente a un municipio que desde hace tiempo tiene las cuentas en rojo y debe apelar a los préstamos para sostener su paquidérmica estructura.
Luego, se sumó el clamor de los vecinos de zonas residenciales y comerciales, quienes sostienen que el cobro abusivo desestimulará el movimiento nocturno y provocará una sangría hacia las ciudades «dormitorio», como ocurrió con el mal recordado «edicto Riera». Sabemos que en algún momento, Asunción debe dar los primeros pasos a la formalidad para dejar de ser el caos que es hoy en día.
Como en cualquier capital del mundo, quien desee estacionar, debe pagar. No obstante, por todo lo mencionado y por la falta de claridad en la comunicación de la propia comuna con los ciudadanos, es lógico que por el momento Parxin despierte la legítima duda de asuncenos y no asuncenos.
Mención aparte, lo de los consabidos «cuidacoches», quienes a base de prepotencia -y violencia en muchos casos- se han vuelto amos y señores de nuestras calles. Esperamos que esto sea para bien y que no sea una mala anécdota como los parquímetros del CEA, de la década de los 90 y todos los intentos de hacer a Asunción una ciudad un poco más civilizada.