Una constante en nuestro devenir histórico es la falta de planificación para abordar los problemas. A la corrupción endémica se le suman la desidia y una improvisación mal hecha. Los parches y los remiendos pretenden ser la solución paliativa a las crisis y a los eventos traumáticos, pero nunca avanzamos hacia la búsqueda de una solución definitiva.
Prueba de todo lo expuesto son las consecuencias de los eventos climatológicos que se sucedieron en la semana.
Ciudades enteras (incluida la capital) quedaron sumidas en un verdadero caos que incluso cobró vidas humanas. Lugares de nuestra geografía, como Santaní y Mbocataty del Yhaguy, sufrieron los embates de tornados, mientras que Ayolas y varias zonas del Alto Paraná están bajo el agua con miles de damnificados.
Es momento de parar la pelota y empezar a trabajar en una cultura de prevención ante desastres naturales. Atrás quedó el discurso de que Paraguay es una tierra bendecida exenta de estos fenómenos destructivos. Si bien no tenemos huracanes y terremotos, justamente por la falta de planificación, solo basta un temporal para mostrar toda nuestra precariedad y falta de planificación.
Este será uno de los grandes desafíos del recién estrenado gobierno de Santiago Peña. Evitar que nuestro país colapse por este tipo de eventos requiere firmeza y voluntad política de los tomadores de decisiones. La tragedia del Ycuá Bolaños hace casi 20 años atrás ya nos mostró el camino: evitemos esperar que las desgracias ocurran para después reaccionar. No podemos seguir lamentando más muertes de paraguayos inocentes.