Han pasado 91 años desde la primera Batalla de la Guerra del Chaco. Durante esos 20 días de lucha, nuestro ejército recuperó el fortín Boquerón y fue aún más allá al capturar a los ocupantes enemigos, derribar varios fortines cercanos y forzar la retirada de otros tantos soldados enemigos. Fueron tiempos en los que el coraje y la bravura de nuestros compatriotas florecieron.
La creencia en aquel entonces parecería ser que Bolivia aniquilaría al ejército paraguayo fácilmente. De hecho, las naciones de América emitieron una declaración en agosto de 1932, advirtiendo que no reconocerían la posesión de territorio que no hubiera sido adquirido por medios pacíficos. La intención de calmar la situación pasó desapercibida para los bolivianos, quienes redoblaron la apuesta y continuaron con las ocupaciones. La historia terminaría siendo diferente.
La defensa del territorio por parte del ejército paraguayo fue férrea. El 29 de septiembre de 1932, las fuerzas bolivianas se rindieron. Tal vez, en la actualidad, las nuevas generaciones vean aquellas jornadas gloriosas del ejército como épocas distantes y acaso olvidadas de heroísmo. La propia guerra parece ser un acontecimiento que pertenece solo a los libros de historia; sin embargo, es mucho más que eso; es testimonio de cómo se forjó la nación paraguaya. Nuestro país posee una historia rica de la cual ciertamente podemos estar orgullosos.
Luego de casi un siglo, parecería ser más necesario que nunca trasladar los antiguos valores de los compatriotas de esa época a esta. Es inevitable pensar en la situación en la que se encuentra el país y hacer una comparación con Boquerón. ¿El patriotismo inquebrantable, la decisión y la bravura de nuestros mandatarios y ciudadanos de esa época se reflejarían en estos tiempos? Hoy, ¿tendríamos el coraje de defender a Paraguay a cualquier costo? Es una inquietud válida.
Tal vez hoy la guerra parezca anacrónica; sin embargo, el enemigo en estos tiempos se disfraza de manera distinta. La corrupción, las múltiples deficiencias en salud, educación e infraestructura atacan todos los días los intereses de la nación. El egoísmo de las autoridades, el contrabando y la violencia parecen ganar terreno ante el desinterés generalizado. Celebrar el 29 de septiembre debe darnos un impulso patriótico, un empujón a la realidad que nos permita recuperar el nivel de heroísmo que se necesita para actuar firmemente en la defensa de Paraguay. Es momento de retomar la senda de nuestros abuelos, quienes prefirieron ofrendar sus vidas antes que ver a su país sometido a fuerzas extranjeras.
En el 2023, ha pasado mucha agua bajo el puente, y los valores han sido trastocados. Sin embargo, esa fuerza patriótica está inscrita en nuestro ADN. La raza paraguaya posee ese valor intrínseco que se asoma tímidamente cada día en cada trabajador, en cada ama de casa, en cada estudiante que día a día lucha por progresar. En esta ocasión, no son los gobernantes, ministros, generales o coroneles quienes deben guiar al pueblo paraguayo por la ruta de la victoria, sino que, por el contrario, es el pueblo el que debe orientar a las autoridades para que no olviden el objetivo común que tenemos.
Debemos respetar y honrar el sacrificio de nuestros antecesores, pero sobre todo debemos enaltecer su abnegación haciendo grande a Paraguay. Es nuestro deber y obligación, como hijos herederos de la historia de valentía y celo por nuestro país, enaltecer a nuestra patria.
Que el 29 de septiembre sea siempre un noble recordatorio de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que podemos y debemos ser.