Poco a poco, el presidente electo va integrando su cuerpo de ministros. La gente designada sería como su estado mayor en la administración del gobierno central. Así como Santiago Peña da toda su confianza a los nominados, éstos deben devolver ese crédito con el buen trabajo al frente de sus respectivas carteras ministeriales.
Hasta ahora los acreditados como futuros nuevos ministros son personas con suficiente experiencia en la administración pública. Al menos conocen cada vericueto de la función dentro del Estado. Saben que el primer escollo con el que tendrán sopesar está en esa burocracia integrada por funcionarios que por años hacen y deshacen lo cotidiano.
Quiénes serán compañeros de primera línea del presidente electo, Santiago Peña, no pueden entrar con medias tintas. Deben tomar decisiones. Algunas serán aplaudidas y otras merecerán el lógico malestar, porque necesariamente deben tomar posturas que afectarán intereses justamente de esa burocracia, que muchas veces hasta logró sacar del cargo a más de un ministro.
Tanto Riera, Ramirez, Bachini y Baruja no tienen mucho espacio para los errores. Ni siquiera para la duda ante una realidad que les exige mucha ejecutividad. La República precisa salir del tranco de lo mismo siempre. Ya no basta el ‘así nomás» o el «hasta ahí se puede». Sí no son capaces de dar más que sus predecesores, aún tienen tiempo para dejar el cargo, sin antes esperar que llegue el 15 de agosto.
Hay buen porcentaje de esperanza que las cosas habrán de mejorar luego de la asunción de Peña. Ese capital no se puede desperdiciar. De ninguna manera. Es un valor de magnitud inconmensurable que se tiene que saber multiplicar con justas y necesarias acciones positivas a favor de la población. Todo dependerá de los hechos que habrán de sucederse en el devenir y que se esperan sean goles a favor de la ciudadanía que habita el suelo guaraní. Es que ya no hay margen para el error.