Mario Vargas Llosa murió anoche en Lima, Perú a los 89 años, según anunciaron sus familiares en un breve pero contundente comunicado que no aportó detalles sobre las circunstancias del fallecimiento.
El escritor peruano, cuya vida estuvo signada por el rigor de las ideas y la pasión de las palabras, partió sin ceremonia alguna, de acuerdo con su voluntad. Su hijo Álvaro informó que el cuerpo será incinerado, respetando las instrucciones que el novelista dejó antes de su muerte, y solicitó a la opinión pública espacio y privacidad para el momento del duelo.
Nacido en Arequipa en 1936, Vargas Llosa irrumpió en el panorama literario con tan solo 26 años, al publicar “La ciudad y los perros”, novela que fracturó la estructura convencional del relato hispanoamericano y lo insertó de lleno en la generación del llamado Boom Latinoamericano.
Su obra, extensa, densa y rigurosa, lo convirtió en una figura central no solo en la literatura de su continente, sino también en el escenario mundial, donde múltiples idiomas acogieron sus traducciones y universidades, cafés literarios, bibliotecas y ferias del libro debatieron sus ideas durante más de medio siglo.
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El nobel no se le escapó a Vargas Llosa
El autor mantuvo siempre una relación tensa y viva con la política y las ideologías, sin apartarse nunca de su fe en la palabra escrita. En 2010, la Academia Sueca lo reconoció con el Premio Nobel de Literatura por una trayectoria que marcó generaciones y desató pasiones.
En títulos como La conversación en la catedral, La guerra del fin del mundo, La fiesta del chivo o El sueño del celta, demostró una capacidad única de hurgar en las fracturas del poder, la memoria y el conflicto humano. Cada libro suyo fue un paso hacia la consolidación de una voz que supo desafiar la comodidad, incluso la suya.
A pesar del silencio que eligió para su despedida, la huella que dejó en la literatura universal no admite discreción.
Mario Vargas Llosa transformó el idioma español con su estilo riguroso y su exploración implacable de los dilemas sociales, políticos y existenciales. Su muerte, aunque esperada por la edad y las recientes apariciones cada vez más esporádicas, deja un vacío imposible de llenar, no solo en las letras, sino en el debate intelectual que alimentó durante más de seis décadas.
Su legado quedará resguardado en las bibliotecas del mundo y en la memoria de los lectores que aprendieron a mirar la realidad a través de la lupa implacable de sus ficciones. El fuego que lo consumirá es el mismo que encendió con cada frase, con cada escena, con cada personaje.
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