Luego del inicio de las hostilidades, tropas bolivianas ocuparon el fortín paraguayo Boquerón el 31 de julio de 1932. El entonces teniente coronel José Félix Estigarribia solicitó al comando en jefe del ejército la concentración de fuerzas en Isla Po´i (Villa Militar), antes de que el ejército boliviano reuniera más hombres.
El 24 de agosto de 1932, el gobierno paraguayo ordenó la creación del I Cuerpo de Ejército, que pasó bajo el comando de Estigarribia. Para finales del mes, y prestos a iniciar una ofensiva, el ejército paraguayo tenía entre soldados y oficiales unos 8.000 hombres.
Por su parte, Bolivia también constituyó su I Cuerpo de ejército, bajo el mando del general Carlos Quintanilla. En Boquerón, los bolivianos contaban con 470 soldados y oficiales. El resto de las unidades bolivianas estaban distribuidas entre los fortines Lara, Yucra, Ramírez y Castillo, que rodeaban a Boquerón, con un total de 2.200 hombres, dispuestos a contener a los paraguayos que vendrían sobre la posición.
El coronel Manuel Marzana, comandante boliviano en Boquerón, debía proteger ese fortín a toda costa. Para la defensa, dispuso la construcción de dos nidos de ametralladoras elevados. Las demás ametralladoras pesadas se emplazaron en casamatas y nidos en toda la línea de trincheras que encerraba el fortín, el tajamar y las edificaciones.
Marzana, quien tenía su puesto de mando en una tuca o búnquer subterráneo, ordenó construir 12 nidos de ametralladoras pesadas y al menos 76 posiciones camufladas para sus ametralladoras livianas, defendiendo cerca de 3.600 metros de trincheras. En cuanto a su artillería, los bolivianos dispusieron sus poderosos cañones para disparar sobre las principales vías de acceso al fortín, incluidas dos piezas de artillería antiaérea.
Ahora veamos que ocurría en el campo paraguayo. El presidente paraguayo, Eusebio Ayala, remitió una nota al teniente coronel Estigarribia el 1 de setiembre de 1932, que decía entre otras cosas:
“1) Tomar Boquerón. Objeto: a) Demostrar a los [países] neutrales y a los demás países de América que el Paraguay posee capacidad militar. b) Dar satisfacción a la opinión pública y al ejército. Con esto se trata de ganar mayor consideración ante los neutrales a fin de que en sus proposiciones, consideren que no siempre debe hacerse ceder al Paraguay. Además, conviene que las tropas prueben su capacidad militar. 2) Conseguido el objetivo debe volverse a Isla Po´i”.
El documento demuestra las intenciones del gobierno paraguayo de dirimir el conflicto ante un árbitro internacional, pero siempre sobre una posición ventajosa. Por otro lado, Estigarribia recibió con agrado la autorización para atacar, pero rechazó la idea de retornar a Isla Po’i en caso de victoria, comunicando dicha opinión al presidente:
“… La única objeción que me permitiré formular sería la de la limitación demasiado estricta de nuestro avance. Creo en la conveniencia de lanzarnos a fondo, más allá de Boquerón, si podemos contar con camiones con agua, para lo cual nos hacen falta más camiones y tanques de agua adaptables a los mismos, que hemos pedido desde hace más de un mes. Si desde el punto de vista de nuestra situación internacional ello no ha de traernos desventajas, conviene que nos movamos con miras a la destrucción de las divisiones enemigas que tenemos enfrente, en cuya posibilidad creo firmemente, con tal que podamos contar con agua y preparemos los reemplazos indispensables de hombres y de caballos…”
La gran batalla, que fue también una batalla escuela para los paraguayos, estaba pronta a iniciarse.
Operaciones militares sobre Boquerón
El 9 de setiembre de 1932, empezó la épica batalla. Los batallones paraguayos salieron a las 6 de la mañana frente a la “Punta Brava”, nombre con el que se le conocerá al punto más al Este del fortín Boquerón, denominado así por la cantidad de armas automáticas reunidas en el sector y sus fuertes posiciones elevadas y reforzadas por troncos de quebracho. Alentados por el silencio inicial, ya cerca del bosque del fortín, fueron recibidos por un nutrido fuego defensivo que paralizó totalmente el ataque.
Ese primer día apareció el otro temible enemigo: la sed. A la siesta, el agua de las caramañolas y cantimploras paraguayas se había agotado. Las tropas abandonaron las posiciones conquistadas para buscar alguna fuente de agua. Ante esta situación, el comando paraguayo ordenó el cese del ataque y el reagrupamiento de las unidades.
Las bajas paraguayas del primer día fueron importantes. El entusiasmo se adueñó del comando boliviano. La estrategia boliviana consistía en la resistencia tenaz dentro fortín y el apoyo de sus tropas desplegadas en los fortines aledaños, a fin de evitar que queden cortados los caminos que llevaban suministros y hombres.
Los siguientes días, la artillería paraguaya fue más precisa. Se peleó en todo el frente de batalla, apuntando a dos posiciones: una atacando Boquerón con todas las armas pesadas; y la otra cerrando los caminos que conectaban el fortín con las posiciones bolivianas.
Con mucho esfuerzo, los paraguayos comenzaron a rodear el fortín. A fin de evitar los abandonos de las posiciones ocupadas, Estigarribia dispuso tolerancia cero a los combatientes que dejaran sus puestos sin una autorización escrita de sus comandantes de unidades.
El 13 de setiembre de 1932, los bolivianos intentaron romper la resistencia paraguaya en el camino Yucra – Boquerón, la vía más importante para abastecer el fortín atacado. Para el final de la tarde, el intento boliviano de romper el cerco fracasó, teniendo que replegarse a Yucra.
El 16 de setiembre de 1932, Estigarribia dispuso un plan para el asalto general: tropas paraguayas asaltarían la “Punta Brava”, la mejor posición boliviana en el terreno, con 1.400 combatientes; y otra unidad asaltaría por el suroeste Boquerón, con otros 1.400 soldados. La novedad del plan estaba en el asalto por el sector norte del fortín, encomendado al regimiento de infantería 6 “Boquerón”, formado en gran parte por los cadetes y oficiales de la Escuela Militar, que tenían 1.650 soldados, apoyados por dos cañones. En total, unos 4.900 hombres entrarían en acción contra las tropas del teniente coronel Marzana, cuyo número no alcanzaba los 600 combatientes. Por otra parte, el asalto debía ser apoyado por 17 cañones y 8 morteros.
Por el lado boliviano, dos aviones lograron arrojar varios bultos dentro Boquerón, proveyendo a sus defensores de pan y 940 cartuchos, que en la práctica serían apenas dos disparos más por cada soldado. En el exterior del fortín, el comando boliviano organizó sus fuerzas de la siguiente manera: 1) 490 soldados debían avanzar contra las tropas paraguayas que cerraban el camino a Boquerón desde Yucra; 2) mientras, otros 600 combatientes debían tentar una irrupción al oeste del fortín, llevando víveres y municiones consigo.
En Boquerón ya faltaba todo, especialmente medicamentos, vivieres y municiones.
El 17 de setiembre de 1932, amaneció con el estampido de las baterías paraguayas sobre el fortín Boquerón. A las 8 de la mañana, el mayor Arturo Bray, comandante del regimiento de infantería 6 “Boquerón”, ordenó avanzar a sus tres batallones. Al mediodía, estas tropas entraron en contacto con las defensas bolivianas. A las 16 horas, un destacamento boliviano de 400 hombres salió a retaguardia de uno de los batallones de la Escuela Militar. Esta irrupción, sorpresiva, desbandó a los cadetes y a sus hombres.
Los bolivianos, por este sector, pudieron ingresar al fortín para reforzar a sus compañeros. Recién en horas de la tarde los paraguayos pudieron desalojar la posición cortando nuevamente las comunicaciones de Boquerón. Marzana recibió municiones para ametralladoras y fúsiles, algunas granadas para la artillería, víveres e incluso dos ametralladoras pesadas para reemplazar a las descompuestas.
A pesar de que Bolivia logró abastecer el fortín, la situación se volvió grave por el desgaste de las tropas empeñadas y la imposibilidad de recibir refuerzos inmediatamente.
Se cierra el cerco
El 18 de setiembre de 1932, tropas paraguayas desalojaron definitivamente a los bolivianos que estaban sobre los caminos que comunicaban con el fortín atacado, quedando encerrados los defensores de Boquerón. La situación dentro del fortín se hizo desesperante.
El 24 de setiembre de 1932, la aviación boliviana logró enviar 150 kilos de carne seca y una bolsa con medicamentos, gasas y algodón al interior del fortín, afirmando que dentro del mismo podían resistir aún otros tres días más. Los bolivianos aplazaron para el día siguiente un nuevo intento de romper el frente con las tropas disponibles en el sector. Dentro del fortín, Marzana solo podía contar con 690 hombres extenuados.
El 26 de setiembre de 1932, 5.450 combatientes paraguayos, apoyados por su poderosa artillería, volvieron a atacar por todo el frente de combate, tanto al fortín como a las tropas bolivianas que se agrupaban para ayudar a los sitiados. El ataque se dio en forma violenta tras treinta minutos de fuego de cañones. Los paraguayos lograron cortar las alambradas de púas y ocupar las primeras trincheras adelantadas de los bolivianos.
Los defensores de Boquerón perdieron muchos hombres, además de sentir la falta de víveres y de municiones. De igual manera, las bajas bolivianas en la línea exterior, las tropas que procuraban romper el sitio, desde el inicio de la batalla superaban las 880, entre muertos, heridos y prisioneros.
El presidente de la república boliviano, alarmado por la situación y ante la posibilidad de perder las posiciones estratégicas alcanzadas en vísperas de un posible alto al fuego, envió al frente de guerra a los generales más importantes de su gabinete. Los mismos determinaron que Boquerón debía resistir al menos diez días más, a fin de permitir el arribo de los refuerzos que marchaban desde Villa Montes, que alcanzarían de 1.500 a 2.000 hombres, que podrían ser destinados a reforzar Boquerón y lanzarse a la ofensiva.
La caída de Boquerón
La resistencia boliviana parecía indoblegable, las tropas paraguayas habían logrado al fin poner pie en las primeras trincheras, pero Boquerón no caía.
Entre el 27 y 28 de setiembre de 1932, los combates fueron encarnizados. Desde un avión boliviano llevó un mensaje a Marzana: debía resistir por diez días más.
Durante la noche del 28, Marzana reunió a sus oficiales y les mostró la orden recibida. El comandante boliviano, afligido por la noticia y con poco más de 250 soldados sanos capaces de empuñar aún las armas, tomó la decisión de rendirse ante la falta de municiones, víveres y, en especial, de agua como para sostenerse.
En horas de la madrugada del 29 de setiembre de 1932, Marzana fue trasladado ante el teniente coronel Estigarribia. Mientras esto ocurría, las tropas paraguayas, aprovechando el cese de los disparos y convencidos que los bolivianos se habían rendido, ingresaron de a poco al fortín sin realizar disparos ante la mirada de los bolivianos que pensaron que ya se había concretado la tregua. Al final, mucho antes de que Marzana negociará una rendición de sus tropas, sus soldados lo hicieron de hecho dentro del fortín, donde las tropas paraguayas compartieron sus raciones de agua y carne conservada con sus pares bolivianos. Para la media mañana todo había acabado, poco después llegó el mayor Carlos Fernández y ordenó a las tropas bolivianas formar y prepararse para abandonar el fortín.
Bolivia perdió, con los 600 hombres capturados en Boquerón y los demás muertos, heridos y prisioneros, más de 1.700 combatientes durante toda la batalla. Por el lado de los paraguayos, de los tres regimientos de infantería que iniciaron la batalla, cada una podía contar 400 bajas entre muertos, heridos y prisioneros, a pesar de que unos 300 heridos volverían a combatir. La cifra total de bajas del ejército paraguayo rondaría entre las 1.500 a 1.700 combatientes.
La lucha alrededor de Boquerón fue, tal vez, la más difícil de la contienda. En esta batalla, los soldados paraguayos aprendieron a transitar en la selva y en los cañadones, aprendieron a desplegarse, a aproximarse al objetivo, aprendieron a tomar contacto y atacar al enemigo. Boquerón fue la escuela que llevó a Paraguay a reconquistar más de 150.000 kilómetros de su Chaco.
Es difícil hoy comprender las vivencias de un soldado que, dejando su familia y terruño, fue a pelear por un territorio que no conocía pero que sabía que significaba algo para su patria. Tampoco vamos a comprender los conceptos que ellos tenían de nación. Pero algo aprendí al leerlos, en memorias y cartas: el paraguayo moriría, si ese era su destino, pero no se dejarían vencer jamás. No es discurso patriotero, es lo que ellos relataron. Yo les creo.
LEA TAMBIÉN: Así LA TRIBUNA acompañó la batalla de Boquerón