En vísperas de una nueva versión del Superclásico del fútbol paraguayo entre Cerro Porteño y Olimpia, a la luz de una ambientación muy diferente a lo que antaño se vivía, surge la nostalgia y la mente evoca aquellas memorables jornadas que están muy distantes en el tiempo.
No solo se añora a los cracks que protagonizaban esas memorables jornadas sino el entorno que rodeaba a un derby entre los clubes más laureados y populares.
La gente se preparaba para ir a la cancha desde temprano para disfrutar ya del preliminar (un tiempo cuarta especial, otro reserva o juvenil).
Buscaba la mejor ropa para asistir a lo que realmente era una fiesta. No faltaba el equipo de tereré y el receptor portátil para escuchar los relatos de los narradores más queridos del momento. Los policías, tenían una jornada de descanso y distracción. Rara vez había algún desubicado que mereciera su atención. Pero era mínimo el caso en comparación con el alerta permanente y la tensión superlativa que hoy generan los “barras bravas”. No portaban balines de goma. A lo sumo llevaban la característica cachiporra que imponía el estate quieto a algún inadaptado.
Las hinchadas alentaban, a grito pelado. No había necesidad de bombos porque era mas efectivo para insuflar ánimo el poderoso sapucai de un Pibe Villalba que dirigía a los fanáticos de Olimpia o un Heraclio Zamphiropolos que arengaba a los de Cerro.
Estos lideres de las parcialidades de aquel tiempo, eran verdaderos señores, respetados, queridos, seguidos. Decentes e ingeniosos para improvisar algún estribillo, acompañado por sus seguidores, más que tolerado, respetado por los ocasionales contrarios. No había razón para importar cánticos de paises vecinos, mal copiados y reiterados con nula originalidad hasta el cansancio.
La mayoría de la gente iba de traje y con sombrero, distando ese atuendo años luz con relación a la irreverente vestimenta de los hinchas de hoy, con remeras cuando no van con el torso descubierto, en shorts y zapatillas, desnudando sus aparatosos tatuajes.
Por supuesto que no circulaba la droga. A lo sumo en el ambiente se percibía el aroma del tabaco y a la salida no había necesidad de separar a los hinchas, que dejaban el estadio en una masa heterogénea y ordenada, sin insultos y a lo sumo con aceptables “cargadas”, propias de la respetuosa rivalidad que por entonces imperaba. No era necesario limitar banderas ni carteles con mensajes agresivos que instan a la violencia.
Cuanto extrañamos estos clásicos! Sobre todo el entorno de fiesta que generaban, sin el temor de no encontrar el auto donde quedó estacionado o cuando menos violentado y con algún vidrio roto y sin el riesgo de ser atacados por hordas de verdaderos criminales, más que hinchas alquilados o comprados para hacer ruido y crear un ambiente hostil.
Mientras los dirigentes continúan espantando a los hinchas auténticos que prefieren seguir los partidos mirando la televisión, y sigan criando a estos cuervos que nos comen los ojos, lo de antaño seguirá siendo solamente un nostálgico y grato recuerdo.
La frase hecha «todo tiempo pasado fue mejor» tiene cabal aplicación con lo que vivimos en nuestros dias. Clásicos eran los de antes, con hinchas auténticos y no alquilados.
En la gráfica, el “Pibe Villalba”, jefe de la hinchada de Olimpia y con sus colegas Zamphiropolos (Cerro), Olitte (Libertad) y Cacavelos (Guaraní), de las selecciones nacionales de los deprotes más populares, el futbol y en este caso el básquetbol (foto tomada en el mítico estadio Comuneros).