Al finalizar la Guerra del Chaco, los soldados victoriosos volvieron a sus chacras, mientras sus comandantes se hacían con el poder. Jefes y oficiales, imbuidos de nacionalismo, gestaron su propia revolución anti partido, en contra de la democracia pero con una mirada hacia el cambio social y el mejoramiento de la calidad de vida de los veteranos de la guerra.
El autoritarismo tomó vigencia en pleno auge del nazismo y fascismo en Europa. Así también, los partidos políticos paraguayos ajenos al liberalismo se adaptaron para sumar fuerzas. Por un lado, los sectores de izquierda, que en muchos casos tuvieron una posición internacionalista en contra de la contienda chaqueña, pasaron a una posición de defensa del soldado paraguayo como aglutinante nacional; y por el otro, el Partido Colorado, con influencias del fascismo, expuso el Nuevo Ideario Colorado, a imagen de J. Natalicio González, abandonando el liberalismo político.
En ese contexto apareció la figura del coronel Rafael Franco, héroe del Chaco y el militar de mayor ascendencia popular luego de José Félix Estigarribia. En marzo de 1931, Franco había intentado un golpe de estado que fue controlado a tiempo. También tuvo participación, como propagandista, de las manifestaciones estudiantiles de octubre de 1931, que terminaron con la masacre frente al Palacio de López.
A pedido suyo y ante la necesidad de oficiales para la campaña guerrera del Chaco, fue reincorporado al ejército en setiembre de 1932. El fin de la guerra lo sorprendió en el frente reclamando llegar a Santa Cruz de la Sierra. De retorno a Asunción, a instancias de Estigarribia, Franco fue designado director de la Escuela Militar, a pesar de la protesta de un sector del partido de gobierno. Desde ese cargo, continuó con sus pronunciamientos políticos.
En las Fuerzas Armadas existía un descontento, tanto en el personal activo como de reserva, por la falta de ascensos y reconocimientos; las desmovilizaciones en masa, con magro sustento económico para retornar al hogar, no fueron bien recibidas.
En enero de 1936, luego de participar de un mitin político, Franco fue destituido de su cargo. Tiempo después fue arrestado y deportado. Esto generó la reacción de varios oficiales del ejército. Así se produjo el movimiento del 17 de febrero de 1936. Se combatió durante todo el día, y a la noche Eusebio Ayala presentó su renuncia ante el mando revolucionario.
Franco fue llamado para convertirse en presidente provisional de la república. El 19 de febrero, Ayala presenció desde su celda en el Cuartel de Policía el ascenso al poder de su adversario. El nuevo mandatario leyó su Proclama del Ejército Libertador, diciendo que la toma del gobierno era una gesta libertaria del pueblo en armas e igualaba el movimiento a la independencia nacional.
Quedó abolida la Constitución Nacional de 1870 y se suprimieron por un año todas las actividades partidarias. Las cuestiones relacionadas con la política social del estado quedaron bajo jurisdicción del Ministerio del Interior. El nuevo gobierno se declaró antiliberal y anti oligárquico, pero sobre todo nacionalista.
La nueva estructura política del país se organizó sobre la base de los regímenes totalitarios vigentes entonces en algunos países europeos. La cancelación de derechos, la tregua política, el estado de sitio y otras medidas autoritarias se hicieron, según los referentes del régimen, para contrarrestar la anarquía reinante en el gobierno liberal y lograr la unidad nacional.
Franco constituyó una coalición con diferentes posturas políticas, una explosiva mezcla de ideas fascistas, socialistas e incluso comunistas. Entonces el mandatario no pudo darle una orientación definitiva a su movimiento revolucionario. De todas maneras, detrás del gabinete estaban los jefes militares, que eran los grandes decisores.
El coronel se desgastó buscando estructurar su propio partido, que se llamó en primera instancia Unión Nacional Revolucionaria, de efímera existencia. Luego, con la unión de los sindicatos y los comités de la Asociación Nacional de Excombatientes (ANEC), se lanzó el Partido Nacional Revolucionario.
A pesar de las restricciones, la ANEC se movilizó para formar comisiones en todo el país. El gobierno desarrolló una importante política social y realizó varias reformas en beneficio de los sectores populares. La clase trabajadora encontró el campo propicio para reorganizarse y la militancia sindical aumentó considerablemente.
Pero la disparidad de doctrinas a la larga terminó incidiendo. Uno a uno, los referentes del régimen fueron renunciando. Con el alejamiento de importantes políticos, apareció la represión que alcanzó especialmente a los sectores obreros. El gobierno llegó incluso a disolver la Confederación Nacional de Trabajadores.
En enero de 1937 la debacle franquista era evidente, tanto así que militares cercanos al presidente intentaron quedarse con el poder. Eran constantes los rumores de alzamientos militares, lo que generó traslados masivos de tropas al Chaco – con el argumento del revanchismo boliviano – y deportación de políticos de todas la tendencias. El descontento de los militares por la negociaciones relacionadas a las paz del Chaco y los traslados constates, llevaron al entonces teniente coronel Roberto Luciano Paredes a desencadenar el golpe que depuso a Franco en agosto de 1937.
El coronel cayó sin dar pelea, los motivos los llevó a su tumba. La revolución que encabezó, pensando en los grandes cambios sociales que reivindicarían a miles de paraguayos, quedó en las disputas políticas que terminaron socavando su imagen y enorme prestigio. A pesar de la participación de civiles en la revolución de febrero, el militarismo irrumpió en el escenario político y se sintió con suficientes fuerzas para reemplazar a los partidos organizados en la conducción del Estado. El militarismo se quedó en el poder por más de 50 años.