Era 7 de febrero de 1867, José Eduvigis Díaz se había preparado para el momento. Estaba vestido con su uniforme de general. Tras hacerse una ablución con agua tibia aromatizada convocó al Mariscal Francisco Solano López para la despedida. Después de encargarle su espada y lamentar que se fuera con la tarea inconclusa, su vida fue apagándose lentamente. Con sus últimas palabras habló de perdón y patria. Falleció minutos después, exactamente a las 16:45 horas.
Días después de su sepelio se realizó el inventario de sus bienes. El general de mayor prestigio del ejército paraguayo se había despedido con lo que llevaba puesto.
En esos momentos aciagos, nadie podía vaticinar que la figura de Díaz adquiriría nuevos relieves décadas después. Cerca del 1900, a través del discurso y el pensamiento de una generación nacida del dolor, se inició el largo camino de reivindicación de López.
A fines del siglo XIX, la figura del Mariscal era todavía combatida y hasta repudiada. Fue entonces que sus reivindicadores encontraron un adalid que congregue a todos los paraguayos, un héroe sin maldiciones, un hombre que se convierta en símbolo. Ahí apareció el general Díaz, máximo exponente de la nación en guerra.
La campaña de restitución histórica se inició a través de un periódico, “La Patria”, en setiembre de 1900. Ese matutino fue comprado un mes antes por el hijo del Mariscal, el intelectual Enrique Solano López Lynch. El 10 de setiembre de 1900, comenzó una cruzada para lograr una gran conmemoración por el aniversario de la victoria de Curupayty, el 22 de setiembre, centrando los actos en los combatientes de dicha batalla y la figura de Díaz. Era la primera vez que el evento tendría aristas de fiesta popular, pero aún sin reconocimiento oficial.
El llamado tuvo el efecto esperado. Varios bancos y comercios de Asunción declararon un alto para que sus funcionarios puedan asistir a los actos en el Cementerio de la Recoleta, lugar donde descansaban los restos de Díaz. Según los relatos de los diarios, la conmemoración fue gigantesca, miles de personas saliendo desde las estaciones de tranvías, e incluso a pie, formando una marea humana desde la actual avenida España esquina avenida Brasil, hasta el cementerio. Aquella fue la primera gran manifestación recordando un hecho de la Guerra Guazú. Habían pasado 30 años desde Cerro Corá.
Con el correr del tiempo, y en medio de mucha inestabilidad política, el discurso nacionalista siguió ganando adeptos. Todos esos años se realizaron las peregrinaciones del 22 de setiembre. Desde 1906, su principal protagonista fue Juan E. O’leary, quien recuperó para la memoria colectiva a dos personajes cercanos a Díaz: el trompa Cándido Silva, quien dio el aviso de la victoria en Curupayty; y el sargento Coatí (José Ortigoza), el indígena payagua que había salvado al general de las aguas del río Paraguay luego de haber sido mortalmente herido.
A partir de 1908, la recordación de Curupayty se extendió por varios pueblos de la república. O’leary fue fundamental en la popularización de la fiesta, siendo orador preferente en todos los actos previos al 22 de setiembre. En 1910, se ejecutó por primera vez el himno marcha titulado “General Díaz”, del maestro José Leonardi, jefe de la banda municipal.
Con mayor estabilidad política, entre 1912 y 1921, todos los homenajes por la batalla de Curupayty fueron actos oficiales de los gobiernos nacionales. El punto de inflexión definitivo fue el año 1926, específicamente el 24 de julio, cuando se realizaron los festejos por el natalicio del Mariscal López, que terminaron siendo multitudinarios y masivos en todo el país.
El discurso histórico cambió definitivamente. Para inicios de la década de 1920, los poemas se transformaron en canciones, y las manifestaciones, en torno al General Díaz y los héroes de Curupayty, se convirtieron en encendidas marchas a favor del Mariscal López y sus soldados. Desde 1927, Díaz y Curupayty pasaron a segundo plano, aunque se siguieron realizando los actos en el Cementerio de la Recoleta hasta 1936.
El 1 de marzo de 1939, fueron trasladados al Panteón Nacional de los Héroes los despojos del general José Eduvigis Díaz, culminando definitivamente una tradición de más de 30 años que sirvió como enlace entre quienes propugnaron y defendieron el lopismo.
O’leary convocó desde sus escritos a esa “nueva generación”; a esa juventud, a esos rebeldes, le tocaría sacudir el “alma nacional”. La lucha sería contra las injusticias del pasado, reivindicando al Mariscal y a sus hombres, porque ellos encarnaban la defensa nacional en la Guerra de la Triple Alianza. Con ellos estaría -según O’leary- José Eduvigis Díaz, “el afortunado”, que será siempre el hombre sencillo, a cuya querida sombra irán los jóvenes a pedir patriótica inspiración.
Tapa de «La Patria», del 22 de setiembre de 1901. El general Díaz aparece en una carroza desde los cielos. Más abajo, la mujer, que representa a la patria, está combatiendo contra una víbora que simboliza a la Triple Alianza.