Una ciudad vacía. Las veredas cubiertas de una nieve que no es nieve. Ventanas cerradas, radios encendidas, silencio. De pronto, el fin del mundo no ocurre en Nueva York, ni en Londres ni en Tokio. El apocalipsis —esta vez— tiene acento porteño. El 30 de abril se estrena en Netflix El Eternauta, la ambiciosa adaptación de una de las historietas más emblemáticas de la cultura argentina. Una ficción que, a pesar de su ambientación fantástica, dialoga con la historia, la política y el presente de un país acostumbrado a caminar sobre la cornisa.
Una invasión sin naves espaciales
No hay platillos voladores ni alienígenas verdosos en esta historia. La amenaza llega como una nevada silenciosa, letal. Los que salen, mueren. Los que dudan, también. La trama se centra en Juan Salvo, un hombre cualquiera, atrapado junto a su familia y un grupo de vecinos en una Buenos Aires convertida en trampa mortal. Lo que sigue es un recorrido por un paisaje devastado donde la supervivencia es colectiva o no es.
La historieta original, escrita por Héctor Germán Oesterheld y dibujada por Francisco Solano López, se publicó en 1957, pero su resonancia es inquietantemente actual. No es casual que esta nueva versión llegue ahora. En tiempos donde los discursos apocalípticos se han vuelto parte del paisaje cotidiano, El Eternauta ofrece una mirada distinta: el desastre no como espectáculo, sino como prueba ética.
Darín, Stagnaro y la ciudad como protagonista
Ricardo Darín encarna a Juan Salvo con un registro contenido, alejado de los héroes convencionales. No grita, no impone, no lidera por mandato. Avanza porque no tiene otra opción. La dirección de Bruno Stagnaro apuesta a lo físico: calles reales, locaciones reconocibles, pasillos de escuela, edificios gubernamentales. El horror, en vez de abstraerse, se arraiga.
Más de 30 locaciones fueron utilizadas durante el rodaje, y más de veinte escenarios fueron recreados con tecnología de punta. La mezcla entre realismo sucio y producción de alto vuelo da como resultado una ficción que no se parece a nada hecho antes en la televisión argentina.
El elenco incluye nombres fuertes como Carla Peterson, César Troncoso, Andrea Pietra y Marcelo Subiotto, pero ninguno busca el protagonismo. Todo gira alrededor de la idea de grupo. Y ahí está quizás el mayor acierto de esta versión: El Eternauta no es la historia de un individuo que salva al mundo, sino la de muchos que intentan no perderse en el derrumbe.
Una obra con memoria
Hablar de El Eternauta es hablar, inevitablemente, de su autor. Héctor Germán Oesterheld fue secuestrado y desaparecido por la última dictadura militar argentina en 1977, al igual que sus cuatro hijas. Su figura está presente, incluso sin mencionarse. El relato que construyó, con su mezcla de ciencia ficción y crítica social, fue siempre más que una aventura gráfica. Fue una advertencia, una declaración política, una pregunta abierta.
La serie, sin convertirse en panfleto, recoge ese legado. Hay algo profundamente incómodo en ver la ciudad vacía, el Obelisco bajo ataque, las escuelas convertidas en trincheras. No porque no lo hayamos imaginado antes, sino porque esta vez ocurre en casa. No se trata solo de efectos visuales o suspenso: se trata de preguntarse qué haríamos nosotros en ese lugar. Cómo reaccionamos cuando el futuro se parte en dos.
De culto nacional a fenómeno global
Durante años se intentó adaptar El Eternauta. Hubo propuestas fallidas, derechos trabados, rumores de películas que nunca llegaron a filmarse. En ese sentido, la serie no es solo una apuesta artística: es un hito. Una obra con peso cultural, llevada a la pantalla con medios y ambición, sin perder su espesor simbólico.
Netflix la presenta como un «evento global», y no es una exageración. La historia tiene todos los ingredientes del género: una amenaza invisible, tensión creciente, dilemas morales. Pero también tiene algo que escasea: contexto. Buenos Aires no es aquí una escenografía, sino parte del relato. La geografía, el modo de hablar, las referencias sociales no están adaptadas para agradar a una audiencia internacional; están narradas desde adentro.
¿Quién escribe el futuro?
El Eternauta es una obra que se pregunta por el futuro, pero no desde la especulación tecnológica sino desde la política de lo cotidiano. En su versión audiovisual, esas preguntas se intensifican. ¿Qué significa resistir? ¿Qué es el heroísmo? ¿Qué lugar tiene la memoria en una sociedad que avanza entre derrumbes?
La nieve, en esta historia, no cae por azar. Cae como una decisión. Y frente a eso, El Eternauta responde con la única herramienta posible: la organización, la empatía, el compromiso. No es una serie que ofrezca respuestas fáciles. Tampoco busca serlo. Su mérito está en hacernos mirar a nuestro alrededor con nuevos ojos, y reconocer en lo extraordinario, lo profundamente humano.