Caacupé y la misión de la Iglesia de anunciar la esperanza y denunciar las injusticias

Se inicia el novenario a la Virgen de Caacupé, la mayor expresión de la religiosidad popular paraguaya. Tras soportar dos años de pandemia, la feligresía mariana va volcándose nuevamente hacia la denominada «Capital Espiritual», en peregrinación con la esperanza de encontrar en la fe alguna respuesta a sus problemas cotidianos.

Caacupé ha sido siempre el refugio y paño de lágrimas de los paraguayos, pero también la caja de resonancia de los reclamos ciudadanos. Desde el púlpito de la basílica, los obispos del Paraguay, cumpliendo la misión profética de la Iglesia de anunciar y denunciar, siempre denunciaron las situaciones de injusticias que agobian a los paraguayos.

Aunque ya se sabe que las homilías de por sí no obran milagros, los fieles católicos celebran así, al menos la oportunidad de que una autoridad de la Iglesia, transmita a quienes tienen la responsabilidad de administrar el país, el clamor del pueblo sobre la necesidad de un cambio en la sociedad.

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El año pasado el obispo de Caacupé, Mons. Ricardo Valenzuela, en una enjundiosa carta al pueblo paraguayo, titulada “Organicemos la esperanza”, examinaba la realidad nacional y proponía algunas vías de solución a varios graves problemas.

En efecto, en esa oportunidad, Valenzuela criticó la ineficiencia gubernamental, ante la pandemia del Covid, y que significó la muerte de miles de compatriotas.

También cuestionó los privilegios de los funcionarios públicos quienes se permiten seguros médicos privados, mientras la mayoría de la población sufre las carencias en los hospitales.

Monseñor Valenzuela habló entonces de otra epidemia de carácter nacional, que es la impunidad, “porque la corrupción también mata” e hizo mención de que las autoridades y ciudadanos deben encontrar el modo de extirpar el mal de la corrupción.

Se refirió al Presupuesto Nacional, “quebranto de todos los años”, deficitario debido a los gastos superfluos; que conduciría al endeudamiento. Se ocupó también de la violencia en el norte del país donde los criminales secuestran, asesinan a personas inocentes y extorsionan a las instituciones y recordó a las familias de Óscar Denis, Félix Urbieta y Edelio Morínigo.

Como puede verse, las preocupaciones ciudadanas siguen siendo las mismas. En un año, no cambió absolutamente nada. La corrupción sigue viento en popa en todas las esferas, acicateada por la galopante impunidad.

Hoy se sigue debatiendo el presupuesto nacional deficitario, con los dirigentes distribuyendo favores, en periodo electoral para rifar el dinero público.

No solamente, no se buscó a los secuestrados, sino que se ignoraron informaciones importantes que podrían haber aportado datos claves sobre la ubicación de los compatriotas en poder de criminales. Sin embargo, los funcionarios ineficientes, que ignoraron dichas informaciones, siguen campantes en sus puestos gozando de privilegios y decidiendo sobre el futuro del país.

La sola denuncia desde el púlpito, lamentablemente, no obra cambios en nuestra sociedad. Sin embargo, la Iglesia Católica Paraguaya, no puede apearse de su misión profética de anunciar la esperanza y denunciar las situaciones de injusticia.

La ciudadanía tampoco puede quedarse de brazos cruzados esperando que ocurra el milagro del cambio, sino que tiene que ser protagonista del cambio y ser el milagro que cambie la sociedad con sus pequeñas acciones diarias.

Hoy la república se encuentra en las puertas de importantes decisiones que marcarán el futuro de los paraguayos. Se está tratando la elección del próximo Fiscal General del Estado. El Ministerio Público es la institución clave en la lucha contra la corrupción y representar a la sociedad. En pocos días más, la ciudadanía también tendrá en sus manos la elección de las personas que tendrán a su cargo la administración del país durante los próximos cinco años. Puede ser una ocasión propicia para castigar con los votos a los corruptos e ineficientes.

No todo depende del milagro de la Virgen, ni de la acción o inacción de los gobernantes. El verdadero cambio en el país depende de los individuos, de cada ciudadano, que con su accionar responsable y patriótico puede forjar mejores destinos para sí mismo y para el prójimo.

Caacupé 2022, es un buen momento también para que la Iglesia paraguaya y los obispos en especial recuperen su protagonismo. “No se puede arrinconar a la Iglesia en sus templos, como no se puede arrinconar a Dios en la conciencia de los hombres”, decía Juan Pablo II, durante su visita al Paraguay. Hoy vemos a una Iglesia paraguaya retraída, arrinconada por voluntad propia en sus templos, y casi silenciosa ante los graves problemas de la sociedad paraguaya.

En un país con profunda fe católica, en medio de tanta corrupción e impunidad, con una sociedad con graves divisiones, sumergidas en constantes procesos electorales, la Iglesia debe tener más protagonismo y participación en la construcción de un Paraguay más justo y solidario.