Existen varios tipos de crisis que enfrentan las sociedades. Algunas caracterizadas por los estruendos de un estallido social, mediante manifestaciones; otras también ruidosas, son de carácter político, muchas veces marcadas por fuertes manifestaciones sociales en las calles. Sin embargo, existen otras que hacen poco o nulo ruido. En Paraguay, las adicciones a las drogas representan una crisis silenciosa que afecta a todas las esferas de la sociedad, desde la salud pública hasta la economía y la seguridad.
En los últimos años, el consumo de sustancias ilícitas ha aumentado de forma alarmante, especialmente entre los jóvenes, convirtiéndose en una amenaza directa para el futuro del país. La drogadicción no discrimina, afectando tanto a los barrios más pobres como a las comunidades de clase media y alta, infestando los fundamentos mismos de la estructura social.
El impacto en la salud pública es devastador. Los hospitales y centros de salud están de por sí desbordados, haciendo malabarismos para manejar el volumen de pacientes que requieren tratamientos que afectan su salud. Muchas veces, esto no permite la atención que en todos los aspectos debe darse a los adictos. Sobredosis, enfermedades asociadas al consumo de drogas y problemas de salud mental son solo algunos de los efectos que la droga causa en sus consumidores. Esta situación no solo pone en riesgo la vida de los individuos afectados, sino que también sobrecarga un sistema de salud ya frágil y con recursos limitados.
En el ámbito económico, la adicción a las drogas claramente perjudica la productividad laboral y aumenta el desempleo. Los costos asociados al tratamiento de las adicciones, la pérdida de días laborales y el incremento en la delincuencia representan una tremenda carga económica para el país. Las empresas y negocios se ven afectados por la disminución en la eficiencia y el aumento en los costos de seguridad.
La seguridad es otra esfera gravemente impactada, y acaso la más palpable. El narcotráfico y la violencia asociada a la venta y consumo de drogas incrementan los índices de criminalidad, generando un ambiente de inseguridad y miedo. Los recursos policiales y judiciales se desvían hacia el combate de estas actividades ilícitas, dejando otras áreas desprotegidas y exacerbando la sensación de vulnerabilidad entre los ciudadanos.
Nuestro tejido social se ve profundamente afectado. Familias enteras se desintegran, comunidades se fragmentan y los valores sociales se erosionan. Los jóvenes, en particular, enfrentan un futuro incierto, atrapados en un ciclo de adicción y desesperanza, sin acceso a oportunidades educativas o laborales que les permitan salir de esta espiral destructiva.
Es momento de que todos estemos atentos al enemigo silencioso. No solo el gobierno, el cual actúa como último recurso y muchas veces solo le queda intervenir en la represión de delitos más que en la prevención, a la cual ciertamente se debe dar mayor énfasis; sino que es fundamental que la sociedad civil intervenga desde su núcleo principal, la familia. Debemos estar atentos a los nuestros y prevenir diariamente el acercamiento a las drogas, principalmente apuntando a nuestros jóvenes.
Es momento de sacarnos las caretas, en todos los círculos sociales la droga está matando a nuestros seres queridos. Gastamos mucha tinta acusando a los narcotraficantes de las tragedias que causan, sin embargo los financistas están en todos lados, por cuanto quienes consumen sus productos son quienes finalmente terminan alentando a los traficantes. Muchos de aquellos quienes lamentan la actividad de narcotraficantes son quienes consumen las drogas que tanta muerte han causado. Solo mediante un esfuerzo coordinado y sostenido de todos se podrá mitigar el impacto de las adicciones a las drogas y construir un Paraguay más saludable y seguro para todos.