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jueves, 21 de noviembre de 2024
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La revolución de 1947 y el quiebre de la familia paraguaya

El 8 de marzo de 1947, fuerzas militares de Concepción se sublevaron contra el gobierno del general Higinio Morínigo, lo que se conoce en nuestra historia como La Revolución del 47. Los sucesos del norte fueron producto del incumplimiento del compromiso asumido por Morínigo de nombrar un gabinete militar y convocar a elecciones libres, como se decidió en la reunión de altos comandos el 11 de enero de 1947. El presidente, desde el 13 de enero de ese año, comenzó a gobernar exclusivamente con el Partido Colorado.

El movimiento del 8 de marzo no tuvo conexiones externas fuera de los miembros del ejército. Oficiales de la II División de Infantería, apostada en Concepción, decidieron apoyar el levantamiento que se produjo en Asunción un día antes, suceso que no tuvo vínculos directos con el alzamiento en la capital norteña. Sin embargo, fue el pretexto perfecto que varios oficiales del ejército encontraron para insubordinarse contra Morínigo y los colorados.

El 12 de marzo de 1947, las tropas emplazadas en el Chaco se sumaron a la revolución. El 3 de abril de 1947, Concepción fue declarada Capital Provisoria de la República y asiento central de su gobierno y de su administración pública. Los revolucionarios, entre otras cosas, solicitaban libertades amplias y legalidad para todos los partidos; la limpieza de la corrupción en la Policía y en las Fuerzas Armadas, y elecciones libres.

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Morínigo se preparó para combatir, engrosando a las filas de su ejército militantes de los “guiones rojos” de J. Natalicio González y Víctor Morínigo, además de otras asociaciones juveniles, campesinas y de trabajadores coloradas. Los denominados “pynadis” por los voceros del Partido Colorado, presentados como los verdaderos herederos del Paraguay profundo. La formación de milicias urbanas fue exitosa, por lo que comenzaron a constituir un cuerpo del ejército leal, comandados por el general Francisco Caballero Álvarez (hijo del general Bernardino Caballero).

Los combates se extendieron por gran parte del territorio, pero especialmente en dos frentes: el norte, con epicentro en el río Ypané; y el sur, con bases en Pilar y Cerrito.

Las fuerzas confrontadas

Para 1947, la población paraguaya sobrepasaba el 1.000.000 de habitantes, distribuidos especialmente en zonas rurales. Las ciudades más importantes eran Asunción, Concepción y Villarrica, no solo por sus núcleos poblacionales sino también por el movimiento económico en cada una de ellas. Luego de la Guerra del Chaco, fueron desmovilizados más de 100.000 hombres y el ejército estaba distribuido en las localidades citadas, además de Paraguarí, Encarnación y un importante contingente en el Chaco.

Veamos primero los recursos de los revolucionarios. Los partidos políticos que acompañaban la rebelión eran tres: liberales, franquistas (febreristas) y comunistas. De ellos, los que tenían verdadero arraigo popular eran los liberales, quienes movilizaron un número indeterminado de milicianos, veteranos de la guerra, pero dispersos en el territorio nacional. En Asunción y la periferia fueron prácticamente anulados por el férreo control policial.

Las fuerzas armadas en el Chaco y Concepción superaban los 5.000 hombres, a los que se podrían agregar rápidamente otros 5.000 con la logística disponible. A estos hay que sumar a la mayoría de la oficialidad paraguaya, algunas fuentes refieren incluso un porcentaje mayor al 70 %. Ambas regiones mencionadas eran ricas en ganadería, no así en agricultura, especialmente Concepción, que contaba aun con grandes extensiones de bosques. El mapa de Concepción era diferente, pues había que añadirle el actual departamento de Amambay. La población aproximada de la zona era de 100.000 personas. Este número ya incluye a los voluntarios que iban bajando de las firmas industriales de Puerto Casado, Puerto Pinasco, Puerto Guaraní, Puerto Sastre y de los yerbales.

Aunque los rebeldes dominaban la mayor extensión del territorio, pues a la zona norte del país se le sumaba el Chaco, los recursos del gobierno eran muy superiores. Cuando empezó la revolución, el ejército de Higinio Morínigo superaba a los 4.000 hombres, con muy poca oficialidad, que se fue compensando con oficiales retirados de la Guerra del Chaco.

Sin embargo, tenía la capacidad de movilizar, por lo menos, 15.000 combatientes más. Cientos de estos últimos también veteranos de la guerra, con entrenamiento militar y experiencia en combate. Otra ventaja, todos los voluntarios tenían arraigo en un solo partido, el colorado, lo que representó una tropa homogénea.

A la mayor densidad poblacional, se sumaba la facilidad para mover logística y elementos sanitarios, mejores comunicaciones, y mayor cantidad de recursos agrícolas y ganaderos. Así, al iniciarse los primeros enfrentamientos, los gubernistas tenían en armas a más de 9.000 combatientes, de los cuales, más del 50 % eran milicianos. Este número fue en aumento con los meses.

Por último, el decidido apoyo del gobierno argentino, que facilitó armamentos y técnicos a las tropas de Morínigo. Esto fue fundamental cuando la campaña se prolongó.

La campaña militar

Los combates en el sur se circunscribieron a ataques de artillería e incursiones en las islas sobre el río Paraná. Los revolucionarios habían secuestrado los cañoneros “Paraguay” y “Humaitá” en Buenos Aires, sin embargo, las embarcaciones no estaban completamente artilladas. Esto permitió que la fuerza aérea gubernista pueda inutilizarlas, anulando el desplazamiento de tropas rebeldes por la región.

Mientras, en el norte las operaciones se centralizaron en Tacuatí, donde se desarrolló la batalla más grande de la revolución. El 11 de junio de 1947, tropas de ambos ejércitos se encontraron cerca del poblado. Tras cinco horas de combate, los insurgentes tomaron casi 300 prisioneros, con todo su equipo y armamentos. Los gubernistas sufrieron, además, numerosas bajas y una ola de deserciones. A pesar de la victoria, en Tacuatí los rebeldes se quedaron poco tiempo, debido a la imposibilidad material de atacar al enemigo en retirada.

Un mes después del revés, las tropas del gobierno lograron vadear el río Ypané. Desde ahí empujaron a los revolucionarios a sus bases en Concepción, logrando cortar el sistema ferroviario a Horqueta. A partir de entonces, la suerte estaba decidida en el frente norte.

El 31 de julio de 1947, en un movimiento sorpresivo, los rebeldes abandonaron Concepción para atacar Asunción por río. Para su movilización utilizaron decenas embarcaciones de todo tipo, desde chatas a remolcadores, cargando armamentos, víveres, elementos de cocina y de sanidad, camiones y hasta un avión de combate. Las divisiones, compuestas por más de 3.000 hombres, estaban comandadas por Rafael Franco y Alfredo Ramos.

Si los rebeldes se hubieran dirigido directamente a Asunción probablemente hubieran tomado la capital, pues el grueso del ejército gubernista quedó atascado en Concepción. Los revolucionarios quemaron las embarcaciones que quedaron en el puerto y las tropas de Higinio Morínigo debieron hacer a pie el trayecto hasta Asunción. Los rebeldes, innecesariamente, fueron tomando los poblados sobre el río Paraguay, que no tenían en realidad ningún valor militar estratégico. Recién el 13 de agosto aparecieron en la periferia de Asunción.

Esto dio tiempo a los gubernistas para llegar a los alrededores de la capital. El 16 de agosto el combate estaba decidido. Los revolucionarios, al no poder sostener su posición en un perímetro inmenso, se vieron solos en pequeñas guerrillas, que fueron cayendo indefectiblemente ante la superioridad numérica de los gubernistas. Comenzaron los repliegues de manera desesperada: un grupo hacia Villa Hayes y otro hacia Villeta. Ambos intentando llegar a Argentina. Los rebeldes que tomaron el camino a Villeta, entre el 18 y 19 de agosto, fueron alcanzados y fusilados en el acto, incluso los que intentaron ganar a nado el río Paraguay. El 19 de agosto de 1947, ingresó al Puerto de Asunción la tropa rebelde que se había rendido.

Resultados devastadores de la revolución del 47

La primavera democrática de junio de 1946 tuvo como objetivo la democratización del país. Ese proceso se quebró por culpa de Higinio Morínigo y algunos militares de su entorno en enero de 1947. Desde ese momento, la guerra civil era inevitable. La reacción de un sector de las fuerzas no se hizo esperar y así se dieron los eventos de marzo de 1947.

La primavera democrática tuvo que establecer un calendario electoral, un tribunal o autoridad electoral imparcial; depurar o reorganizar los padrones; y redactar una ley electoral enmarcada en una Constitución Nacional democrática. Luego, dejar que todos los ciudadanos de la república vayan a las urnas. Y, muy importante, someterse a los resultados. ¿Cómo terminó? Primero en una larga dictadura, para desembarcar una inestable transición que comenzó a atender este cronograma casi 45 años después. Todo muy tarde.

Los vencedores redactaron una serie de normativas para perseguir a los vencidos. Durante la revolución hubo violaciones, saqueos y asesinatos, llevados a cabo por ambos bandos. 

Los números de la revolución de 1947 siguen siendo un misterio, algunos autores hablan de 5.000 y otros de 30.000 muertos, que equipararía a la cantidad de caídos en la Guerra del Chaco. Números que no se condicen en absoluto con los pocos informes de la sanidad militar y de la justicia militar. Con todos los datos recabados, estoy en condiciones de afirmar que las bajas no llegaron siquiera a los 1.200, puesto que el combate más importante, que se dio en la zona de Tacuatí, no produjo ni 200 muertos.

Con respecto a datos de exiliados, los números van de 30.000 a 400.000 paraguayos, en este último caso, representaría el 40 % de la población de la época. También, los datos más exactos, en base a documentos diplomáticos, arrojan el éxodo de 100.000 paraguayos, de los que ya no regresaron 40.000. Se fueron intelectuales, artistas, deportistas, políticos, militares, periodistas, docentes, hombres y mujeres comunes, del pueblo, que pudieron haber contribuido para construir un mejor país.

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