El 24 de febrero de 1867, las damas asuncenas organizaron una reunión general en la plaza 14 de Mayo, frente a la iglesia de la Catedral. Este evento es considerado la primera asamblea femenina de Latinoamérica y la razón por la que nuestro país festeja el Día de la Mujer.
La convocatoria congregó a cientos de mujeres con la intención de donar joyas y alhajas para los esfuerzos de la guerra. Durante meses, en todos los pueblos de la República, las mujeres entregaron aros, anillos y peinetas de oro, collares de coral, relojes de bolsillo, espuelas de plata, entre otros valores. Algunas lo hicieron convencidas con la causa nacional, con una guerra que a esas alturas estaba paralizada luego de la victoriosa batalla de Curupayty. Sin embargo, otras fueron coaccionadas a entregar sus preciosas joyas.
Todas ellas quedaron inmortalizadas en sendos libros donde se pueden leer sus nombres, pueblos de residencia y cantidad de joyas que tenían en su poder. En la práctica, solo una parte fue realmente entregada, puesto que Paraguay no tenía posibilidades de salir al mundo a comprar material bélico o logística para continuar con la contienda.
Parte de lo recolectado fue utilizado para obsequios del Mariscal Francisco Solano López, quien cumpliría años el 24 de julio. Entre esos regalos estaba el invaluable Libro de Oro, una reliquia que consta de 96 páginas que contienen las firmas de 477 mujeres que donaron sus joyas aquel año. Sus firmas aparecen bajo el título «las hijas de la patria». Este precioso ejemplar pesa más de 10 kilos y su cobertura de filigrana contiene grabados en oro.
Independientemente al uso que se les dio a las joyas, el objetivo de las damas que se reunieron el 24 de febrero fue demostrar fidelidad a la patria. Los duros combates de 1866 y la invasión sostenida de los aliados demostraron que la guerra se extendería de manera indefinida y hasta las últimas consecuencias. Las mujeres, quienes aún estaban lejos de los campos de batallas, entendieron que debían hacer un sacrificio.
No obstante, la entrega de joyas fue apenas uno de los tantos roles que asumió la mujer paraguaya durante la Guerra de la Triple Alianza. Las mujeres trabajaron la tierra para alimentar a las tropas, fueron enfermeras, lavanderas, costureras, cocineras. En la peor etapa de la contienda, llegaron a infiltrarse a territorio enemigo para salvar prendas de vestir y armas de los caídos en combate.
Los primeros registros de mujeres luchando son de diciembre de 1868, cuando la contienda las alcanzó en los campamentos militares en la zona del Pikysyry -actualmente en el distrito de Villeta-, donde se desarrollaron las batallas de Avay e Ita Yvaté. Muchas fueron tomadas prisioneras y sufrieron todo tipo de vejámenes luego de la caída de Asunción en enero de 1869.
Aunque nuestra historia glorifica a la sacrificada residenta, que acompañó al soldado paraguayo en los campamentos, es importante recordar también a las mujeres que pasaron enormes privaciones simplemente por tener familiares que no comulgaban con el Mariscal. Miles de ellas fueron forzadas a marchas de cientos de kilómetros destinadas a producir también para el ejército.
Al terminar la guerra Paraguay quedó devastado, con más de la mitad de la población aniquilada. El país, por su composición demográfica, era un país de mujeres. Aun así nunca tuvieron participación política en el país que reconstruyeron. Ellas, miles, permanecen como heroínas anónimas. No hay bustos de bronce o de mármol con sus rostros ni calles o plazas con sus nombres y apellidos.
A pesar de lo expuesto, el Día de la Mujer Paraguaya tiene sus motivaciones en las mujeres de esta fatídica guerra y aunque nuestra historia las invisibilizó esas damas son eternas por levantar la nación. Por ellas, por su recuerdo ¡feliz Día de la Mujer!