Paraguay tiene un problema de memoria, y eso a pesar de que, hasta hace unas décadas, el sistema educativo paraguayo estaba basado en un fuerte discurso nacionalista. En gran parte del mundo, los estados fueron quienes se preocuparon por exhortar a sus ciudadanos a «recordar», llamándolos a un permanente ejercicio de la memoria. Justamente, nuestra legislación previó la creación de instituciones para coordinar acciones educativas y culturales para que la población paraguaya aprenda y ejercite su memoria histórica. Pero se ha fallado.
Poco o nada saben de varios episodios de nuestro pasado común las últimas generaciones de paraguayos. La Guerra del Chaco es una contienda que va cayendo en el olvido, ni hablar de los grandes hombres que brillaron por su labor intelectual en tiempos difíciles, como los novecentistas paraguayos. ¿Alguien recuerda el aporte de Blas Garay, Manuel Gondra, Fulgencio R. Moreno o Manuel Domínguez?
Y el olvido no se circunscribe a hechos o personajes de hace cincuenta o cien años atrás. Probablemente el episodio político más importante de fines del siglo XX fue la caída de la dictadura del general Alfredo Stroessner, un evento militar que pareció mover los cimientos de la sociedad paraguaya. En la noche de la Candelaria, cientos de militares y policías se movilizaron para combatir en varios puntos de Asunción, hasta que los golpistas lograron la renuncia del septuagenario dictador.
A pesar de su significación, el Estado paraguayo no recuerda el suceso. No recuerda a sus líderes, varios de ellos salpicados por grandes hechos de corrupción, ni a sus héroes, los combatientes que dieron la vida por la democracia.
Al respecto, les voy a presentar una cronología del olvido. Los periódicos del 3 de febrero de 1989 hablan de los principales eventos, la lucha entre la Caballería y la Escolta presidencial se llevaron los primeros planos, donde aparecía también la imagen del general Andrés Rodríguez, líder de los sublevados. Prácticamente durante una semana los diarios nacionales se encargaron de hablar de las consecuencias políticas y militares del golpe, incluido el exilio forzado de Stroessner al Brasil.
Luego se vinieron las luchas políticas, la reaparición de los principales elementos de la oposición, especialmente del Partido Liberal Radical Auténtico, el Partido Febrerista y el Partido Demócrata Cristiano. Los colorados se unieron detrás del victorioso Rodríguez, mientras aparecían pequeñas disidencias.
El año 1990, fue el único donde el gobierno nacional festejó los sucesos de febrero de 1989. El Partido Colorado se encargó de conmemorar la “Gesta Libertadora”. El acto principal se llevó a cabo en el Cementerio de la Recoleta, en la tumba del mayor Miguel Ángel Ramos Alfaro, el único oficial caído la noche del golpe. Luego se realizó una misa en honor de las almas de los héroes de aquella gesta. Por último, en la Junta de Gobierno se organizó una sesión de honor con la presencia del presidente Andrés Rodríguez. Todo fue multitudinario.
En 1991, el país estaba más interesado en las elecciones municipales próximas, que serían las primeras democráticas del país. Además de los conocidos ataques electorales, aparecieron en escena políticos reivindicando la figura de Stroessner. Rápido estos referentes comenzaron a ganar espacio en los bandos colorados. Ya no hubo actos multitudinarios en febrero, tampoco acciones del Estado para recordar públicamente el acontecimiento.
En 1992, en los primeros meses del año, los paraguayos seguían con interés la Convención Nacional Constituyente que estaba redactando la nueva Constitución Nacional. Todos los medios daban amplia difusión a todo lo decidido en el cuerpo colegiado. No hubo un solo acto oficial para conmemorar el golpe. En el Partido Colorado apenas se hizo mención del hecho. Entre los dos grandes sectores del partido, uno de ellos atacaba al otro de stronista.
El año 1993 se inició con una fuerte disputa en el Partido Colorado por las fraudulentas elecciones internas realizadas en diciembre de 1992. Los dos grupos utilizaron la conmemoración del golpe como eventos políticos. El sector encabezado por Juan Carlos Wasmosy, apoyado por Andrés Rodríguez, realizó “La Marcha de la Libertad”; y el grupo de Luis María Argaña convocó a miles de colorados frente a la sede del Congreso Nacional. El gobierno, todavía dirigido por Rodríguez, no realizó actos públicos para recordar la gesta de 1989.
La fecha quedó en el olvido para el calendario oficial, también para el partido de gobierno. En 1999, a diez años del golpe, se descubrió una placa conmemorativa en el panteón funerario de Andrés Rodríguez, fallecido dos años atrás. Solo estuvieron presentes familiares y algunos amigos del general. El único acto oficial lo organizó el Viceministerio de la Juventud en el Panteón Nacional de Héroes, que contó con la presencia de familiares de Rodríguez y algunos protagonistas del golpe. Nada más.
Personalmente para el gestor cultural que escribe esta cronología, el 3 de febrero debería ser el “Día de la Democracia”. Debería ser un día de reflexión, de memoria, y por supuesto, de festejo. Hoy existen algunas calles y escuelas que recuerdan a pocos de los 39 caídos en ese brutal combate urbano.
Aquel día de 1989 se fue el régimen más sangriento de la historia nacional, un régimen que dejó problemas estructurales que sufrimos hasta la fecha. Pasaron 35 años, pero no debemos olvidar ese día histórico en que gran parte del país estalló en una fervorosa exclamación: ¡Cayó la dictadura de Stroessner!