Cuando en agosto pasado el presidente Santiago Peña promulgó la ley que establecía el horario de verano como permanente para Paraguay, muchos creímos que, al fin, el viejo debate sobre el cambio de hora quedaba zanjado. Sin embargo, apenas meses después, la discusión vuelve a instalarse con fuerza, empujada esta vez por el lógico malestar de padres y trabajadores que deben movilizarse en plena oscuridad cada mañana.
Ya en su momento, Peña advirtió que la aplicación de la medida estaría sujeta a la experiencia real de su implementación. Hoy, esa experiencia revela realidades insoslayables: en un país donde el transporte público es deficiente, donde hay barrios aún con escasa iluminación y donde la inseguridad limita la movilidad, no se puede exigir a niños, trabajadores y estudiantes que arranquen su día cuando la noche todavía impera.
Se lanzan propuestas que, lejos de resolver el problema, lo complican. Cambiar los horarios de entrada en las escuelas, como sugiere el ministro de Educación, Luis Ramírez, alteraría las dinámicas familiares y laborales en todo el país, desconectadas entre sí y difíciles de coordinar. Peor aún, fragmentar los horarios por región abriría una disparidad innecesaria entre zonas urbanas y rurales, donde ya de por sí las condiciones son desiguales.
Entre tanto ruido, la voz de la senadora Blanca Ovelar emerge como una de las más sensatas: no se trata solamente de ajustar relojes, sino de establecer de una vez por todas un huso horario definitivo, coherente con nuestro estilo de vida, nuestras costumbres y nuestra realidad.
Forzar un horario que no se adapta a los ritmos naturales de la población –afectando incluso el reloj biológico o ritmo circadiano, fundamental para la salud– es una decisión contraproducente. Y pretender solucionar el problema sin antes garantizar cuestiones básicas como un transporte digno, calles iluminadas y entornos seguros, es simplemente construir sobre arenas movedizas.
La discusión no puede centrarse únicamente en preferencias políticas ni en fórmulas de conveniencia ocasional. Debemos encarar el tema con argumentos científicos, culturales y sociales. El Paraguay merece un debate serio, realista y, sobre todo, pensado en función del bienestar de la gente. Volver a discutir el huso horario es necesario. Pero esta vez, que sea en serio.