El mundo amaneció este lunes de Pascuas con el alma enlutada por la partida del Papa Francisco, el primer pontífice latinoamericano, el primer jesuita y el hombre que le devolvió a la Iglesia Católica un aire de renovación, cercanía y esperanza. Murió en la Casa Santa Marta, en el Vaticano, a los 88 años, luego de doce años de un papado que no solo marcó una era, sino que también desafió estructuras anquilosadas y acercó el Evangelio a los marginados.

Su muerte deja un vacío espiritual, en un mundo cada vez más secularizado. Su pontificado, marcado por la opción preferencial por los pobres, la apertura al diálogo y la inclusión, rompió muros y tendió puentes en una sociedad fragmentada por la indiferencia. A los migrantes, los excluidos, las víctimas de abusos y los pueblos olvidados, les habló con el corazón. Y al hacerlo, dignificó a millones.

Francisco también honró al Paraguay con su presencia. En su histórica visita en 2015, no solo se ganó el cariño del pueblo, sino que lo comprendió profundamente. Su amor por el mate y la chipa, su exaltación de la mujer paraguaya —a la que llamó “la más gloriosa de América” por haber reconstruido un país tras la guerra—, y su llamado a los jóvenes de “hagan lío», siguen vivos en nuestra memoria.

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Fue un Papa incómodo para los poderes instalados, dentro y fuera del Vaticano. Desplazó a sectores conservadores, reformó la curia, defendió la Amazonía, denunció el colonialismo moderno, y no temió abrir debates que durante siglos fueron tabú en la Iglesia: el rol de la mujer, el celibato, la diversidad, la transparencia. Su voz, a pesar del desgaste físico, nunca dejó de clamar por la paz, el desarme y la justicia en un mundo sacudido por guerras, hambre y desigualdades.

Francisco no fue un Papa perfecto, pero sí profundamente humano. Y en esa humanidad encontró su mayor fuerza pastoral. Ni liberal para unos, ni demasiado rígido para otros. Fue, ante todo, un pastor que caminó junto al pueblo, que no tuvo miedo al cambio, pero tampoco lo impuso sin discernimiento.

El desafío para su sucesor es enorme: seguir el sendero de cercanía, reforma y valentía que Francisco trazó con firmeza. Hoy, millones de creyentes lloran su partida. Pero también celebran su legado: una Iglesia más abierta, más humana y sobre todo más cercana a la gente. Como paraguayos, nos queda el orgullo de haberlo sentido en nuestra tierra, y el compromiso de mantener viva su memoria.

Descanse en paz, Papa Francisco. El mundo te despide con gratitud. Y el Paraguay, con afecto.