Las celebraciones navideñas de este año, que deberían ser momentos de alegría y reunión, se vieron empañadas por hechos de violencia doméstica. Según los informes policiales, la mayoría de los actos violentos registrados ocurrieron en el ámbito familiar. Este panorama no es una casualidad; es un reflejo del año traumático que estamos dejando atrás, marcado por la creciente incidencia de violencia intrafamiliar. Casos desgarradores de padres que han acabado con la vida de sus propios hijos son una triste evidencia de que algo fundamental está fallando en nuestra sociedad.

La familia, pilar esencial de cualquier comunidad, se encuentra en crisis, y con ella también la sociedad entera. Mientras dirigentes políticos, organizaciones sociales e iglesias llenan sus discursos con promesas de defensa y fortalecimiento familiar, la realidad evidencia una desconexión alarmante entre las palabras y las acciones. El aumento de la violencia intrafamiliar es una clara manifestación de esta crisis.

El Estado tiene la obligación ineludible de abordar las causas profundas de esta realidad. Es necesario actuar de forma preventiva a través de estrategias integrales que incluyan un acceso real y efectivo a servicios de salud mental. Las secuelas psicológicas de la pandemia, sumadas a problemas estructurales como la precariedad económica y educativa, han creado un caldo de cultivo para estas tragedias. Sin embargo, no podemos limitar la explicación de la violencia a factores económicos; también debemos considerar los cambios en los valores y las relaciones humanas.

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La tecnología y las redes sociales han transformado la manera en que nos relacionamos, generando muchas veces una desconexión emocional dentro del propio hogar. A esto se suma el aumento de las adicciones, ya sea a sustancias o a la tecnología, y la insuficiencia de programas que promuevan la autoestima y el bienestar emocional. Según los expertos, uno de cada siete adolescentes enfrenta problemas de salud mental, y la depresión está a punto de convertirse en una de las principales enfermedades que afecta a la humanidad.

Es crucial que el Estado, a través de sus diferentes ministerios y organismos, coordine esfuerzos para implementar políticas públicas que prioricen la salud mental. Desde el Ministerio de Salud Pública hasta la atención a la niñez, la adolescencia y la mujer, es indispensable que se desarrollen programas preventivos y de contención que lleguen a todas las familias.

Hoy, más que nunca, es necesario reflexionar sobre los valores que estamos transmitiendo a las nuevas generaciones. Recuperar la esencia de la convivencia familiar y fortalecer los lazos humanos son pasos fundamentales para reconstruir el tejido social.

Que el 2025 sea un año de unidad, recuperación y fortalecimiento para las familias paraguayas.