El 24 de octubre de 1930, falleció el ex presidente de la república Eligio Ayala. Algunos historiadores se encargaron de investigar sobre su penosa muerte. Entre ellos, el doctor Washington Ashwell, reconocido economista e historiador paraguayo, fallecido en noviembre de 2015, quien donó su gran acervo a la Biblioteca Nacional. Entre los documentos que se encuentran en el mismo, se observa un manuscrito titulado “El informe del jefe de Policía sobre la muerte de Eligio Ayala”, que para mayor comprensión resumo así:
Luis Escobar, jefe de la policía de la capital hacia fines de 1930, acercó un informe al presidente José P. Guggiari. Este, por alguna razón, prefirió guardar dicho testimonio. Unos 59 años después, una copia cayó en poder del historiador liberal Manuel Pesoa, que procedió a divulgar el contenido en el dominical del diario «Hoy», bajo el seudónimo de Paulo Gelio.
Con el título “Eligio Ayala. La muerte tras la lujuria”, Pesoa generó un aluvión de críticas, y no era para menos. Según el relato del comisario Escobar, Ayala, antes de conocer a Hilda Diez, protagonista principal del drama que lo llevaría a la muerte, vivía en concubinato con la tía de la misma, con quien además tuvo dos hijos.
Como Hilda había quedado huérfana de padre, ella y sus hermanos vinieron a vivir a Asunción, y al poco tiempo se convirtieron en los sirvientes en la casa de Ayala.
Siempre según la crónica de Escobar, el ex presidente comenzó a tener amoríos con Hilda y con la hermana de ésta, dejando de lado a su antigua concubina.
En los últimos meses de su vida, Ayala pensó en formar una familia, y empezó a frecuentar a varias mujeres de la alta sociedad, realizando habituales paseos a San Bernardino y Areguá. Al final se decidió por una joven de nombre Chona Abreu.
Como las dos rubias (Hilda Diez era descendiente alemana) eran obstáculo para la nueva vida que pensaba seguir, Ayala despachó a ambas. Pero no las arrojó a la calle, puesto que a Hilda le compró una linda casa y le pagaba siempre por las viandas de comidas que le mandaba. En esa misma casa recibiría los disparos que posteriormente cegarían su vida.
La mayoría de sus amigos no tomaban en serio sus proyectos matrimoniales “¿El hombre felizmente soltero iría a claudicar a tal edad de sus convicciones?”. La mujer a la que eligió podría ser su nieta, por lo que a los pocos meses se produjo la ruptura de la relación.
Ayala intentó volver a sus amoríos con Hilda, quien ya estaba en una relación estable con otro hombre: Tomás Bareiro.
Bareiro desempeñaba el cargo de girador del Banco Agrícola, y su puesto dependía de Eligio, quien era ministro de Hacienda.
Ayala se enteró de la relación de Hilda con Bareiro por boca de la sirvienta que le llevaba las viandas. Evidentemente algo de esta situación le molestó la tarde del 22 de octubre de 1930. Entonces, esperó que oscurezca, salió de su casa solo y a pie, y fue nerviosamente hacia la casa de Hilda. Al llegar, abrió el portón de una patada y al entrar empuñó su pistola automática.
Golpeó varias veces una de las persianas, y como no contestaban se encaminó al fondo de la residencia. En ese momento fue visto por Hilda, quien en voz alta previno a su novio: “¡Bareiro, tomá ese revolver que viene Eligio!”. Era un arma que Ayala le había regalado a Hilda para su protección.
Bareiro efectuó los primeros disparos, y Ayala, en vez de amedrentarse, buscó ponerse frente a frente a su rival, quien tuvo tiempo de efectuar otros tiros que dieron en la humanidad del ministro. El primero intentó refugiarse detrás de un ropero, pero Ayala le disparó todos los tiros de su pistola. En el mismo sitio Bareiro cayó muerto.
Ayala pereció al siguiente día a consecuencia de las heridas de balas. Fue uno de los mejores presidentes de la República de la historia paraguaya. Desde el 1 de marzo de 2011, sus restos descansan en el Panteón de los Héroes.
FUENTE: Colección Ashwell, de la Biblioteca Nacional.
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