Los recientes acontecimientos internacionales, desde la guerra en Ucrania hasta el conflicto entre Israel y Hamas, están revelando una transformación en la forma en que se libran los conflictos bélicos. Los ataques a distancia, como el reciente ataque a Hezbollah mediante explosiones remotas de busca personas (beepers), resaltan una realidad innegable: la tecnología está redefiniendo la guerra.

Lo que antes se concebía como una confrontación directa en el campo de batalla, hoy incluye ataques precisos, silenciosos y altamente tecnificados, ejecutados con un nivel de sofisticación sin precedentes.

El caso de las explosiones de beepers en el Líbano es un reflejo de cómo la guerra se libra en el siglo XXI, donde no solo los armamentos pesados definen el poder militar, sino el control sobre la tecnología avanzada. Este hecho nos debe hacer reflexionar profundamente como Estado. En un mundo donde los conflictos son cada vez más tecnológicos, Paraguay debe tomar nota y adaptar su estrategia de defensa y seguridad nacional.

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El caso de Israel es emblemático. Es un país que ha privilegiado la inversión en educación y tecnología, y hoy está cosechando los frutos de esa inversión. No se trata simplemente de armamento, sino de la capacidad de desarrollar inteligencia artificial, ciberseguridad, drones y sistemas de comunicación avanzada. Los resultados son evidentes: Israel ha construido una red de defensa que va mucho más allá de los fusiles y tanques. Ha creado un ecosistema tecnológico que le permite anticiparse a las amenazas y neutralizarlas con precisión quirúrgica.

Como país, Paraguay no puede permitirse quedar al margen de esta evolución. Tenemos el talento, tanto dentro del territorio nacional como en el exterior. Existen compatriotas becados en los centros tecnológicos más avanzados del mundo, adquiriendo conocimientos que, si se integran adecuadamente a una estrategia estatal, podrían ser el cimiento de una independencia tecnológica. Pero no basta con contar con técnicos calificados. El verdadero desafío es crear un entorno que potencie ese conocimiento y lo convierta en un motor de desarrollo y seguridad.

El presidente Santiago Peña ha demostrado, desde que asumió el poder, una visión innovadora al establecer contactos con líderes de la industria tecnológica mundial. Sin embargo, el objetivo de Paraguay debe ser más ambicioso: aspirar a una independencia tecnológica que nos permita desarrollar nuestras propias soluciones, adaptadas a nuestras necesidades. Esto además de significaron un desarrollo económico será un factor clave para asegurar nuestra soberanía.

En este sentido, es vital que las próximas políticas públicas se centren en fortalecer la educación tecnológica, tanto a nivel básico como avanzado. Un Paraguay que apueste por la tecnología no solo será más competitivo en el escenario internacional, sino que también estará mejor preparado para enfrentar los desafíos de seguridad del futuro.

La tecnología es el campo de batalla del mañana, y las naciones que lideren en este ámbito serán las que definan el curso de los conflictos globales. Paraguay, pese a sus limitaciones geográficas, tiene la oportunidad de convertirse en un referente regional si se toman las decisiones correctas. Como lo hicieron en su momento China e India, el giro hacia la tecnología puede cambiar radicalmente nuestra historia, impulsándonos hacia un desarrollo sostenido y una mayor soberanía.